Socio DebateRevista de Ciencias SocialesISSN N° 2451-7763 e ISSN - Latindex N° 2451-7663 |
Resumen:
En esta publicación se presentan los resultados de una investigación sobre los trabajadores de mayor edad que se encuentran desvinculados del mercado laboral, en un contexto de reorganización del sistema productivo, modificaciones en las condiciones laborales y, fundamentalmente, de recesión económica y crisis. Se utilizó una metodología cualitativa de estudio de casos, las técnicas implementadas fueron entrevistas en profundidad a informantes clave, historias de vida y observación etnográfica. Cada entrevista abarca el conjunto de temas propios de una biografía, ajustados a los objetivos de la investigación.
En este artículo, se analizan los sentimientos y representaciones que tienen los entrevistados sobre el trabajo y la vinculación con la salud física y psíquica de los actores involucrados. La pérdida del empleo es un punto de inflexión que deja trunca la trayectoria laboral de los trabajadores, modificando las estrategias de supervivencia y sus redes de contención familiar y social. Aún, cuando se encuentre una salida laboral alternativa, ésta no será considerada con el mismo status que la posición asalariada anterior, poniendo en duda la definición conceptual de desempleo y emergiendo la representación social de trabajo. Se concluye que la representación social del trabajo, implica oponer dos visiones: el trabajo asociado a valores como la subsistencia, la dignidad y la vida, por un lado, y el desempleo asociado a la enfermedad, por el otro.
Palabras claves: trabajadores de mayor edad – desempleo y representación social del trabajo – recesión económica y crisis – salud física y psíquica.
Abstract:
This publication presents the results of a research on older workers who are disengaged from the labour market, in a context of reorganisation of the productive system, changes in working conditions and, fundamentally, economic recession and crisis. A qualitative case study methodology was used, the techniques implemented were in-depth interviews with key informants, life stories and ethnographic observation. Each interview covers the full range of themes of a biography, adjusted to the research objectives.
In this article, the feelings and representations that the interviewees have about work and the link with the physical and psychological health of the actors involved are analysed. The loss of a job is a turning point that leaves the workers' employment trajectory cut short, modifying their survival strategies and their family and social support networks. Even when an alternative employment outlet is found, it is not considered to have the same status as the previous salaried position, thus calling into question the conceptual definition of unemployment and the social representation of work emerges. It is concluded that the social representation of work implies opposing two visions: work associated with values such as subsistence, dignity and life, on the one hand, and unemployment associated with illness, on the other.
Keywords: older workers – unemployment and social representation of work – economic recession and crisis – physical and mental health.
Introducción
Las historias de vida de los trabajadores de mayor edad, es decir, aquellos que transitan sus cincuenta, muestran el impacto que la reestructuración económica y los cambios que se genera en la estructura laboral, tienen en su biografía. En efecto, como consecuencia de la/s crisis y los ajustes recesivos del escenario económico-social[3], se produce la salida del mercado laboral de muchos trabajadores de este grupo de edad.
En este contexto, la edad se presenta como la causa principal de la no inserción en el mercado laboral consolidando una actitud “viejista”[4]. Se observa que la representación social del trabajo, se fundamenta con la idealizada “cultura del trabajo” propia de un mercado laboral “regulado” típico del sistema tripartito de las edades, actualmente, de muchas maneras flexibilizado (Neffa, 2023) e implica oponer dos visiones: el trabajo asociado a la vida, por un lado, y su falta asociada a la enfermedad, por el otro.
Este artículo retoma los resultados de una investigación sobre trayectorias de vida, donde el curso de vida de los informantes fue puesto a prueba cuando su trayectoria laboral quedó trunca con la pérdida de su trabajo constituyéndose en un “evento vital específico” (Elder, 1994). La pérdida del trabajo remunerado es un punto de inflexión que modifica la vida cotidiana de los individuos y su entorno. De este modo, intentamos advertir las consecuencias que las políticas recesivas del contexto actual argentino producen y producirán en la población -mayor de edad- afectada por ellas.
En la investigación se utilizó una metodología cualitativa de estudio de casos combinando diversas técnicas –entrevistas en profundidad a informantes clave, historias de vida y observación etnográfica. La muestra intencional tuvo en cuenta edad, sexo y nivel económico social. Se trata entonces de varones y mujeres, que superan los cuarenta y cinco años de edad, pertenecientes a niveles económicos sociales que van de bajo a medio alto, desvinculados del mercado de trabajo (desocupados) o que, a causa de una situación de desempleo, aceptaron ocupaciones de menor jerarquía ya sea en relación de dependencia o por cuenta propia.
Sobre el trabajo y su representación
El concepto de trabajo ha cambiado en el curso de la historia. En un primer momento se trató de las actividades orientadas a la sustentación de la vida, luego, con la esclavitud y la servidumbre se caracterizó por su degradación social; más tarde, con la consolidación del capitalismo industrial, advino el trabajo asalariado con la división técnica del trabajo. Al finalizar la segunda guerra mundial, se consolidó en el Estado de Bienestar que estableció un cierto pacto social por el cual se garantizaba la estabilidad y la protección social como contrapartida de la subordinación a una organización del trabajo rígida (Neffa, 2003, 2023).
En la denominada sociedad salarial (Castel, 1995), el salario se constituyó en un medio de distribución de los ingresos que generaba la posición social de las personas. De este modo, el lugar ocupado en la estructura laboral (división del trabajo) implicaba la diferencia en la que se construía la identidad social. También, en este período, el trabajo-empleo se consolidó en su dimensión ética. En efecto, el trabajo era considerado el medio por el cual el ser humano hacía su aporte a la sociedad. Así, el trabajador cumplía con un deber social, construía su propia identidad y se integraba en la comunidad. De esta manera se consolidó la incidencia del trabajo en la constitución de la personalidad del individuo, debido al valor otorgado tanto como fuente del desarrollo personal y como base del vínculo social.
En este contexto, el curso de la vida puede ser analizado como institución y es una dimensión de la estructura social que debe entenderse como el modelo que organiza el desarrollo de la vida de los individuos con sus continuidades y discontinuidades. Integra un sistema de normas y de asignaciones de recursos que presentan perfiles de carrera y de estatus de edad, así como transiciones asignadas a edades típicas, representaciones colectivas y referencias compartidas por el conjunto de la sociedad. Hablamos del ciclo de vida tripartito característico de la sociedad industrial.
En este sentido, los conceptos importantes en relación al trabajo, lo definen: a) como un medio para ganarse la vida donde el énfasis está puesto en la subsistencia; b) como una posibilidad de autoexpresión y de creación, donde el énfasis está puesto en la realización personal; c) como un medio para insertarse en la sociedad y a través del cual lograr ubicarse en la escala social (Méda,1998).
Con los cambios en el sistema productivo que se producen globalmente a partir de los años setenta, la organización característica de la sociedad industrial, basada en la esfera del trabajo, de la protección social, y del trayecto de vida, se flexibiliza debido al surgimiento de una sociedad de la información, de las redes, y del conocimiento. De este modo, la vida en el trabajo y el trayecto laboral son menos unidimensionales y continuos. La estructura de la protección social, fuertemente basada en una distribución tripartita de las edades y de los tiempos sociales a lo largo del ciclo de vida, presenta desde entonces, un movimiento de vaivén, con avances y retrocesos, según las políticas que el Estado practique en relación a sus cambios coyunturales o estructurales. En este contexto, en muchos países, se ponen en marcha nuevos programas sociales intermedios para responder a las dificultades de empleo y a las diversas formas de precariedad que surgen en la población, a modo de ejemplo, diversos programas de inserción social y ocupacionales de los jóvenes, distintos tipos de jubilación anticipada, contratos de reinserción laboral, entre otros tantos posibles. La característica de estos programas es que generan derechos que no están asociados a la actividad ocupacional y están al margen del régimen general de protección social al trabajo. Por ello, modifican la naturaleza de los derechos sociales existentes y los fundamentos de la protección social, quebrando el vínculo que unía al empleo con la seguridad social.
Es así, que la organización tripartita del ciclo de vida, en la que los tiempos sociales sucesivos se ordenaban en un trayecto previsible se modifica y su marco normativo pierde pertinencia producto de la diversificación de las trayectorias. Sin embargo, las regulaciones de los sistemas de protección social continúan funcionando según los principios que consideran que las trayectorias son lineales y que las edades están compartimentadas. Estos desfasajes entre viejas normas y nuevas realidades generan incertidumbre, pero también provocan fallas en la cobertura de los riesgos sociales y en la equidad distributiva, creando en los individuos una crisis de previsibilidad, producto de la inestabilidad en las trayectorias de vida. Esta crisis produjo una crisis de legitimidad de los Estados de bienestar que se han vuelto más laxos o casi inexistentes.
En este contexto el tiempo de trabajo debe ser comprendido en función de los cambios dentro del modelo industrial de producción y de su forma de trabajo que se basaba en una relación asalariada duradera y estable, en un empleo de tiempo completo, en tareas precisas a realizar y, en un plan de carrera pensado para toda la vida. Las actuales formas de organización del trabajo, contrariamente, tienden a los horarios y ritmos de trabajo flexibles, como el “just-in time”, la des-jerarquización, el desarrollo de la horizontalidad a través de unidades autónomas, la organización en red, el trabajo a distancia, entre otras alternativas. Se difunden formas de empleo atípicas como son los contratos de duración determinada, trabajos temporarios, trabajo independiente, pluriactividad. Las disciplinas colectivas del tiempo de trabajo y sus normas homogéneas declinan dando lugar a tiempos de trabajo dispersos a lo largo de la existencia, que se diversifican y se individualizan. Esta concepción del tiempo de trabajo exige una implicación subjetiva más fuerte e individualizada por parte del trabajador.
Se puede observar que el índice de inactividad aumenta en todos los grupos de edad y que el desempleo y los empleos atípicos están cada vez más difundidos. Por lo tanto, hoy subsisten trayectorias que adoptan el modelo tradicional, al tiempo que surgen nuevos modelos biográficos. Aun cuando los individuos hayan ganado una cierta libertad para negociar y moldear sus itinerarios de vida, esta situación estructural les genera una crisis en relación a la normatividad y en relación a la previsibilidad (Bessin, 2017).
Se debe señalar aquí, que el aumento de las diferencias interindividuales en materia de biografías no se ve reflejado en un abandono generalizado del modelo tripartito del trayecto de las edades, ya que aún subsisten trayectorias que adoptan el modelo tradicional y al mismo tiempo surgen nuevos modelos biográficos en el seno de las sucesivas generaciones (Gastrón y Oddone, 2011).
Sobre el sentido del trabajo
En el actual contexto de crisis y cambios estructurales del mercado laboral, nos interesa abordar el sentido que los trabajadores que hemos entrevistado, otorgan al trabajo. Una primera observación indica que el nivel económico social marca diferencias en su representación social. El énfasis está puesto, sobre todo, en la subsistencia para las personas de los niveles socioeconómicos más bajos en tanto que para los otros sectores sociales el trabajo otorga, sobre todo, dignidad:
“Bueno, el trabajo es un medio de vivir una persona para poder subsistir, para poder alimentarse, vestirse; es una manera de que, a través del trabajo, uno viva y se puedan adquirir bienes, ya sea materiales o inmateriales y así, mantener a los hijos…” (P. 50 años, actualmente desocupado, realizaba trabajos de albañilería en la industria de la construcción).
Pero, el trabajo no es sólo la posibilidad de mantenerse y mantener a la familia, sino que otorga dignidad en la vida:
“El trabajo, sea hombre o mujer, dignifica. Es valerse por sí misma. Ganarse su dinero, como Dios manda que dice 'ganarás el pan con el sudor de tu frente'. Lo más claro es ese dicho puesto en la Biblia” (M. 52 años, era secretaria ejecutiva de una empresa estatal. Desempleada).
La dignidad se relaciona con la posibilidad de ser independiente, de valerse por sí mismo. Resulta interesante notar que el aspecto penoso del trabajo, muy claro en el mandato divino… es sólo mencionado en este caso. Esto puede deberse a la condición de desocupados que potencia los aspectos positivos del trabajo dejando fuera de su visión el esfuerzo y el sufrimiento que puede provocar el trabajo (Desjours, 2015).
“¡El trabajo es algo lindo! Primero que el trabajo le da a uno la satisfacción de decir, bueno, soy un hombre útil. Estoy trabajando, estoy ganando mi jornal. Yo vivo con dignidad. ¡Ahí está! El trabajo es digno. Mantiene la dignidad” (J. M. 55 años, ex empleado de una empresa de aviación y, actualmente, docente).
Si bien D. Méda (1998) considera que en la lógica del desarrollo capitalista el trabajo es un mero factor de producción, la ampliación del mercado a nivel mundial y la división global del trabajo han hecho del hombre un mero apéndice del capital cuya fuerza de trabajo se tiende a abaratar e incluso a eliminar. La autora insiste en que la dimensión económica del trabajo siempre ha sido su razón de ser debido a que es un medio para aumentar las riquezas y un factor de producción por el que se logra transformar la materia en objetos útiles. Por ello, le resulta paradójico que este significado básico del trabajo se haya ido transformando hasta determinar la dignidad en los seres humanos.
En efecto, lo que surge de las palabras de los entrevistados es que el trabajo otorga dignidad, brinda bienestar, hace que el ser humano se sienta útil y, sobre todo, el trabajo contribuye a la salud de las personas. Todos estos calificativos, que sitúan al trabajo como un valor sumamente elevado, se sintetizan en una frase: el trabajo es vida.
“El trabajo significa que es como salud también. Porque si no estás en actividad no servís para nada… Pero después digo, si no trabajo no tengo ni para morfar tampoco…”.
“Para mí, yo me siento bien cuando trabajo. Cuando no trabajo me siento mal yo. Me siento mal porque algunas veces me estoy prohibiendo de algunas cosas. Que no puedo y así. Me cuesta a veces. Toda mi vida trabajé”.
“Vida. Para mí es vida porque por lo menos hago algo. Aparte de poder meter algo en el bolsillo, poder comer y pagar todas las cosas que hay que pagar. Es vida, es vida”.
Puede decirse que el trabajo es la esencia del hombre porque la historia demuestra que éste se ha constituido como tal, gracias al mismo. Mediante el trabajo el hombre al tiempo que transforma la naturaleza, se realiza a sí mismo. Ahora bien, hasta fines del siglo XVIII el trabajo era concebido como la actividad que el hombre se ve obligado a realizar para garantizar su subsistencia y mediante la cual efectúa su aporte a la sociedad. Fue durante el siglo XIX que esta representación se modifica y será considerado la esencia del hombre. Este cambio fue expresado teóricamente en la filosofía hegeliana y los desarrollos de Marx, cuyo discurso filosófico es el que eleva el trabajo al nivel de esencia del hombre cuando postula que, al transformar la naturaleza, éste descubre sus capacidades, crea artificios y sobre todo se crea a sí mismo.
Al respecto, D. Méda indica que su significado va cambiando a lo largo de la historia con la particularidad de que estas distintas concepciones persisten y coexisten sin reelaboración. Se ha intentado salvar esta dificultad denominando actividad a la expresión del dinamismo propio de la naturaleza humana y reservando el término trabajo para aquella actividad orientada hacia una finalidad, ya sea la producción de un bien o la prestación de un servicio con una utilidad social. Finalmente, el empleo hace referencia a aquel trabajo que se realiza con el objetivo de obtener un ingreso, ya sea como asalariado, como empleador o por cuenta propia (Neffa, 2003).
Al abordar esta temática H. Arendt (1988), sostiene que la vida humana es acción y no producción, dado que los seres humanos se diferencian del resto de la naturaleza por su actividad. Pero establece una diferencia entre las actividades humanas tendientes a producir y reproducir las condiciones de vida, ligadas a la necesidad, y aquellas actividades que elevan a los individuos. Una actividad es más humana cuanto más alejada esté de la necesidad.
Vemos que son los entrevistados de nivel socioeconómico más alto los que incluyen la realización personal como uno de los aspectos relevantes de la representación social del trabajo. Es así que J. M, ex empleado de una empresa de aviación y, actualmente, docente, nos dice:
“El trabajo es una serie de cosas. Tiene que ver con que éticamente un ser humano tiene que trabajar porque es la única manera válida para mantener una familia. Pienso que el ser humano, trabaje por su cuenta, sea profesional o trabaje en relación de dependencia, esencialmente trabaja como una necesidad ética. Por otro lado, es una necesidad económica, para mantener una familia y, por otro lado, una realización personal. Uno en el trabajo se realiza”.
La concepción de M., ex jefe de ventas de una empresa, es la siguiente:
“Para mí el trabajo puede ser la forma en que vos lográs mantenerte con algún tipo de capacidad de ahorro, te estoy diciendo idealmente y que siempre te da alguna expectativa de futuro. Trabajo para mí es la estabilidad emocional de la familia. Porque vos podés estar muy bien, pero cuando en la familia hay alguien que no trabaja, si bien ha sido superado lo que cuando yo era chico decían: ‘Fulano no trabaja, es un vago’, hoy no podemos decir que haya tantos millones de vagos. Pero creo que la estabilidad emocional de la familia es importante. Si bien ya observamos que en otros países, hace poco veía que no sé de qué empresa ella era la gerente general y el marido era amo de casa, de manera que ha habido roles…. Pero para mí el trabajo es eso”.
Aquí M. hace referencia a la capacidad de ahorro y de ascenso social a través del empleo en posiciones bien remuneradas. Al respecto R. Castel (1995) realiza un interesante análisis acerca de los cambios en la relación entre trabajo y patrimonio producidos durante la vigencia del Estado de Bienestar. En los inicios de la industrialización, quienes poseían un patrimonio no necesitaban emplearse, mientras que quienes deseaban lograr un patrimonio en general se establecían por cuenta propia. Pero en la sociedad salarial, los empleos correspondientes a categorías laborales elevadas permitían el acceso a un patrimonio y al mismo tiempo, este patrimonio, facilitaba el acceso a títulos y diplomas que permitían lograr posiciones salariales altas. El mismo ex ejecutivo relata su experiencia:
“A mí me impactó bastante quedarme sin la manija. Porque no era ordenanza. Pero de golpe esto: el teléfono que no suena, cuando era un teléfono que sonaba todo el tiempo. Son cosas que tenés que elaborar y decir: 'no llaman porque nadie te precisa'. Es como el molino que está en el fondo del terreno y no anda porque no se precisa porque hay agua corriente”.
Nuevamente M. pone en relieve un aspecto relevante de la sociedad salarial, donde los sujetos sociales expresan su identidad en la diferencia. M. destaca que no era ordenanza, que su posición laboral era de mayor jerarquía, dejando sentado que su posición laboral no sólo marcaba su nivel de ingresos, sino que implicaba además un juicio social. El asalariado es ubicado socialmente por su situación de empleo. Pero no es esto lo único que surge de sus dichos, la metáfora del molino apunta a un tema de gran importancia en los cambios en el sistema productivo.
Desempleo y cambios en la salud
Las personas que trabajan están sujetas a respetar varias racionalidades al mismo tiempo: a) la organización del trabajo impuesta por la empresa para lograr rentabilidad, b) la eficacia productiva que les reclama la empresa a cambio del salario, c) la búsqueda de su realización personal y la inserción en un colectivo de trabajo y d) la preservación de su salud física, psíquica y mental. Las exigencias y las restricciones de la organización del trabajo impuestas por las unidades de producción e instituciones implican defenderse, adaptarse, y resistir para poder permanecer en los ajustados límites de la normalidad. El trabajo es un gran esfuerzo y una verdadera conquista, que también origina desgaste y sufrimientos. Entre la salud psíquica y mental y la patología se sitúan la normalidad y el sufrimiento, afirma Désjours.
Los trabajadores sufren cuando tienen miedo a fracasar o hacer mal el trabajo, ya sea por causa de su complejidad; por los incidentes provocados por el mal funcionamiento de máquinas y equipos o por el desajuste entre sus calificaciones y competencias con respecto a las requeridas por el puesto de trabajo. A ninguna persona le gusta ser juzgado como poco calificado, incompetente o inútil por sus superiores y por sus colegas (Désjours, 1995, 2015). Trabajar implica el sufrimiento derivado de someterse a las reglas de las empresas y organizaciones con el fin de obtener ingresos y “ganarse la vida”. Como afirma Désjours, hacer un esfuerzo en esa situación implica una inversión afectiva porque siempre existe la duda en relación a los resultados. Es posible fracasar y los trabajadores pueden sentir temor de no ser capaces de realizar en forma correcta la tarea. Al respecto nuestra investigación es paradigmática porque nuestros entrevistados demuestran que al transitar una cierta edad y ser considerados viejos para la tarea desempeñada (ageism) sumado a que pueden ser despedidos y, no encontrar un nuevo trabajo por la misma causa, se encuentran en la situación óptima para sufrir y enfermar.
La interrupción de la actividad laboral por razones ajenas al deseo del trabajador, es también fuente de sufrimiento e involucra la enfermedad. La desocupación bajo cualquiera de sus modalidades puede estar en el origen de la alienación y de numerosas patologías y debería ser combatida por todos los medios. No debemos olvidar que los desocupados que buscan empleo realizan un trabajo supeditado a una intensa presión psíquica, aunque aparezca desapercibido para las estadísticas laborales y las autoridades políticas del sector (Déjours, 1995, 2015).
La teoría de la privación explica las consecuencias psicosociales del desempleo. La autora (Jahoda, 1982) indica que el trabajo provee al individuo la posibilidad de acceder las siguientes experiencias: a) la estructuración temporal de la jornada; b) la provisión de contactos sociales regulares por fuera del ámbito familiar; c) la imposición de objetivos que trascienden al individuo; d) un status e identidad social. En consecuencia, el desempleo limita la posibilidad de acceder a esas experiencias, provocando una desestructuración temporal, restringiendo los contactos sociales y el espectro de objetivos a mediano y largo plazo, así como desgastando las bases del estatus personal y la identidad social.
En esta línea, Warr (1983) presenta nueve factibles impactos de la desocupación. Estos son: a) la reducción del ingreso que produce ansiedad financiera; b) se restringen las experiencias sociales al pasar más tiempo en el hogar y carecer de ingreso; c) se reducen los objetivos de vida; d) se restringe el espectro de toma de decisiones concernientes a cuestiones significativas en el mediano y largo plazo; e) se pierde el placer ligado a la práctica de la propia ocupación; f) aumentan actividades con consecuencias psicológicamente negativas, como la búsqueda de trabajo, el pedido de ayuda y de dinero, etc.; g) aumenta la inseguridad respecto del futuro; h) se reducen los contactos sociales; y i) se pierde el estatus social, estrechamente ligado al trabajo.
La relación entre desocupación y salud, sobre todo, la salud mental, es uno de los temas centrales de investigación. En este sentido, Kessler (1997) concluye que “luego de décadas de rigurosos estudios longitudinales y sin que se desconozca la influencia de otro tipo de variables, hay un consenso sobre la existencia de una relación directa entre desempleo y diferentes tipos de disturbios de salud física y mental.”
Joan Benach y Marcelo Amable (2002) indican que el desempleo daña la salud de las personas,
Un gran número de investigaciones científicas han mostrado con claridad cómo la salud de los desempleados es peor que la de quienes trabajan. Las personas paradas mueren antes, enferman más, tienen más problemas psicológicos, sus estilos de vida son más perjudiciales y su calidad de vida es peor. Por ejemplo, un estudio reciente ha demostrado cómo los hombres desempleados que no tienen seguro de desempleo presentan un riesgo cinco veces mayor de padecer un peor estado de salud mental que quienes trabajan.
Del mismo modo, la precarización del trabajo ejerce una fuerte presión sobre los trabajadores que no pueden ejercer sus derechos. En efecto, se observa una nueva forma de dominación que se caracteriza por la tendencia a obligar a la sumisión y aceptación de la explotación por parte de los trabajadores y es fuente de inseguridad. Esa inseguridad, señala Sennett (citado por Benach y Amable, 2002) “hace imposible que los trabajadores logren una identidad moral, lo que provoca la indiferencia de muchos como arma defensiva”. Las situaciones laborales precarias como la temporalidad o el subempleo impiden la distinción entre empleo y desempleo. La información disponible muestra que quienes cumplen contratos temporales tienen aproximadamente el triple de riesgo de padecer accidentes laborales. La inseguridad en el empleo, es decir, el temor a perder el puesto de trabajo, se halla asociada con una mayor exposición a varios factores de riesgo laboral y a tener un peor estado de salud mental y física. En síntesis, la precariedad en el empleo y la desocupación generan:
Es así, que dos terceras partes del grupo de informantes, ha registrado cambios en su salud producto del impacto del stress provocado por la situación de desempleo. Indicaron sufrir obesidad, gastritis, depresión, presión alta, infarto, dolores inespecíficos y alergias. J., que vive en la calle y come en los comedores parroquiales, notó cambios en su organismo después que fue despedido.
“Bajé de golpe de peso. Estaba pesando 90 kilos y, a raíz de que somaticé un montón de cosas, estoy pesando 73. Yo pensé que era orgánico pero el médico me dijo que al somatizar los problemas baja de peso uno…”.
B., que tiene 64 años, ha trabajado como enfermera en hospitales y cuidando pacientes privados, pero en la actualidad está sin trabajo,
“Tuve tremendos problemas que se me elevaba la presión. Yo nunca he sido de presión elevada, jamás… Yo misma me automediqué… Ando todo el día. Camino. Cuando no camino, pedaleo. No me quedé encerrada llorando. Lloré mucho, sí, obvio…”.
1., es una ex empleada bancaria que tiene serios problemas de salud a los que no puede atender por falta de medios y carencia de mutual médica. Algunos de esos problemas comenzaron cuando quedó sin trabajo.
“En la salud, mirá, estoy cruzando los dedos porque hace un tiempito estoy con algunas pérdidas. Me cuesta ir al médico. Cuando me pongo nerviosa, cuando me agarra esa angustia, enseguida el dolor se va a la parte ovárica: ¡Siento unos dolores, unos tirones! Y después la salud, lo peor, lo más grave de todo para mí es la hipertensión. A partir del momento en que me despiden… por empezar, el cambio de la gordura. Empecé a engordar…. porque me dejé estar… Estoy muy excedida de peso. Tengo como 35 kilos de más”.
M., cuando a los 54 años queda desempleado, piensa que lo más grave sería que, además de esta frustración,
“yo me enfermé… Evidentemente me afectó. Yo por reservas psicológicas que no es algo que uno elige si no que está ahí… Contra toda dificultad yo seguí adelante presentado curriculums, tratando de ver gente, moviéndome con una energía descomunal. Pero en algún momento el organismo me pasó factura. Porque yo me acuerdo que cuando el episodio del corazón, después que pasó todo, el médico que me atendió, que más o menos sabía lo que me había pasado, una vez fue a la habitación mía, y… él me hizo una especie de entrevista “cuéntame tu vida” y cuando le conté todo lo laboral dijo: bueno, acá tengo la razón por la cual vos tuviste el episodio que tuviste. Tu cuerpo se expresó porque, indudablemente, hizo un duelo muy fuerte”.
Alteraciones en el estado de ánimo
Los problemas de salud también se manifiestan en el ánimo y en la psiquis. Estos síntomas se desarrollan en un variopinto que va desde un simple sentimiento de tristeza hasta serios problemas de depresión. Los entrevistados describen, muy precisamente, el estado de ánimo que los caracterizaba posteriormente a su despido.
A., que sufrió su despido en forma simultánea con la separación de su familia de origen pues, a los 54 años, compra una vivienda y se va a vivir solo, expresa la angustia que tuvo que soportar hasta que conoció a su actual pareja y pudieron emprender un trabajo conjunto.
“No dormía… El mayor trauma fue el día que yo tendría que haber empezado a trabajar. El mes de vacaciones lo pasé muy triste, sabiendo que no tenía trabajo, pero estaba en mi casa de vacaciones, pero después llegó el primero de marzo que tendría que ir… y entonces, me empezó a trabajar la cabeza, ‘y hoy no tengo que ir a trabajar y no voy a tener que ir nunca...’ Ahí tomé conciencia… No tuve bajón… Te digo tristeza, sí, de llorar, acá solo, de noche, como un chico… Pero no deprimido de no hacer nada, de quedarme… Buscaba de hacer algo”.
En otros casos, la angustia se manifiesta en forma más paralizante, aunque no se llegue a una depresión profunda. S. cae en una falta de voluntad que le impide cuidar de su salud, porque no puede combatir la obesidad que la afecta seriamente.
“A veces no tengo ganas de levantarme y son las doce del mediodía y yo estoy en la cama, pero no tengo ganas de levantarme. Es un día espectacular y yo estoy en la cama y veo todo negro, no tengo ganas de hacer nada… Después me da vergüenza ante mis hijos. Y, sí, estoy muy angustiada, me paso todo el día el día llorando. Pero, llorando con una angustia, que me sale de adentro…, pero a veces me siento mal y me voy a tomar la presión y tengo 22 de presión. Y ahí reacciono”.
1., se siente impotente frente a la imposibilidad de conseguir trabajo porque es una buena modista y, a pesar de tener 66 años, todavía conserva sus habilidades. Esta impotencia se manifiesta a través de síntomas orgánicos, pero no la paraliza y continúa buscando trabajo.
“Desde que me quedé sin trabajo me duele todo. Me salen unas manchas, estos son los nervios. Sí… uno realmente está mal, uno se desespera. Mal, mal, de venir llorando e irse llorando… (hace un gesto de rabia) es injusto, tantos años preparándose, sabiendo hacer muchas cosas y, al final, no poderlas utilizar”.
M. manifiesta haberse sentido indefenso frente a las características del nuevo mundo laboral que se estaba desarrollando en el país y en el mundo; comparte esta sensación con otros que han sufrido este tipo de exclusión laboral.
“Sentí –cuando me quedé sin trabajo– una inseguridad muy grande…, una gran indefensión. Además… de entrada me di cuenta lo que se venía, que es lo que está pasando en este momento, una especie de segunda revolución industrial… (me) quedaba sin (mi) actividad laboral porque cambiaban las reglas de juego… sentí, por primera vez, que uno estaba totalmente solo en el mundo que se perfilaba, que es la sensación de orfandad que tiene todo el mundo ahora. Que es un arma del sistema, cuanta más orfandad se siente, la gente trabaja por cualquier cosa. Es una manera de prostituir el trabajo de la gente”.
C., actualmente, ha logrado trabajo en una estación de servicio, pero ha pasado largas temporadas desocupado y viviendo con la ayuda de su esposa y sus hijos. Recuerda que su angustia, a veces, le impedía buscar trabajo.
“Por ahí estuve un tiempo, como dos meses, sin moverme. Trabajaba ella y después ya, me veía medio loquito y salía… No era lo mismo estar trabajando que no tener trabajo. Si yo me levantaba todos los días y era siempre igual… Me sentía medio angustiado. Me ponía a pensar. No quería comer, bajones que a uno le agarran…”.
El sufrimiento se relaciona con: el nivel de cultura y educación formal, la formación profesional y las competencias adquiridas; el grado de conciencia de sí mismo que ha adquirido el trabajador, la identidad lograda en su profesión, la intensidad del involucramiento en la actividad laboral y el tipo de relaciones establecidas con sus compañeros de trabajo. Es así, que aquellos que tenían niveles muy bajos de calificación laboral, si bien manifiestan que no tener trabajo es dramático para la subsistencia cotidiana, han mostrado mayor resignación con su falta y su salud física y mental ha sido menos afectada por el “impacto” del despido. De alguna manera, la situación de desocupación, como de tarea penosa, los acompañó en el curso de su existencia. Se expresan así:
L., que hasta hace poco trabajó como obrero de la construcción, ahora no consigue trabajo debido a su edad y a su mala salud. Sólo consigue alguna changa esporádica y debe recurrir a la ayuda de su hija para poder vivir. Sin embargo, no se rebela frente a este estado de cosas.
“Y, uno piensa siempre por el asunto del trabajo, pero, qué va a hacer… si me pongo a pensar todo eso va a ser peor…”.
Como se ha expresado, la precariedad en el empleo y el desempleo influyen negativamente en las personas y sus familias. En estas situaciones se presenta la desmoralización y el sufrimiento de muchas personas que quieren trabajar, pero no pueden; la pobreza, la desesperación o la violencia surgen en muchos de estos hogares. En efecto, el desempleo no es sólo algo desagradable para los individuos o una situación indeseable para la familia, si no que daña la salud. Se sabe que la desprotección social y no poseer seguro de desempleo, aumenta el daño en el cuerpo y el ánimo de los que lo sufren. Las investigaciones citadas muestran que los hombres desempleados que carecen de seguridad social tiene un riesgo cinco veces mayor de sufrir un peor estado de salud mental que quienes trabajan y para los desocupados que tienen seguro de desempleo el riesgo es solamente dos veces mayor al de quienes trabajan. Se afirma, entonces, que la protección social disminuye los efectos negativos del desempleo mientras que su ausencia daña la salud física y mental de los trabajadores.
Conclusiones
A lo largo de este artículo, se explicita que el trabajo asalariado, en el marco de un Estado de Bienestar, garantizaba la estabilidad y la protección social de los trabajadores y al mismo tiempo, coadyuvaba a determinar la posición social de las personas dando fundamento a su identidad social. Es por ello que para los entrevistados, el trabajo otorga dignidad, el trabajo brinda bienestar, el trabajo hace que el ser humano se sienta útil y el trabajo contribuye a la salud de las personas. Todos estos calificativos sitúan al trabajo como un valor sumamente elevado y se sintetiza en una frase: el trabajo es la vida.
Al mismo tiempo, el trabajo resulta un gran esfuerzo y una conquista que genera desgaste y sufrimiento. Dada la importancia que adquiere el trabajo y el rol de mediador que ejerce entre lo singular y lo colectivo, entre la esfera social y la esfera privada, entre las actividades sociales y las actividades domésticas y entre la persona y la naturaleza, el trabajo resulta ser un constructor de salud o de enfermedad. Por esa causa es que la interrupción de la actividad laboral, por razones independientes de la voluntad del trabajador, es fuente de sufrimiento e involucra la enfermedad. La desocupación, bajo cualquiera de sus modalidades puede ser el origen de numerosas patologías. No debemos olvidar que los desocupados que buscan empleo realizan un trabajo sometido a una fuerte presión psíquica. Recordemos aquí que, para nuestros informantes, el trabajo es la vida, y, si el trabajo es la vida, su ausencia puede ocasionar enfermedad.
Es así, que todos los entrevistados han registrado cambios en su salud física provocados por el stress a partir del desempleo. Los problemas de salud no se manifiestan sólo en los aspectos orgánicos sino también en los de tipo anímico y psíquico.
En una sociedad de corte neoliberal como la actual donde se observa una crisis en el modo de desarrollo con estancamiento económico, acompañado de una flexibilización de la producción, cambios en la organización del trabajo que muestra exteriorización de la fuerza laboral, desigualdad en las posiciones, subcontrataciones, deslaborización, precarización e informalidad en su estructuración, influye según los testimonios obtenidos, negativamente en los actores y sus familias. Detrás de estas situaciones se esconde la desmoralización y el sufrimiento de muchas personas que quieren trabajar, pero no pueden; la pobreza, la desesperación o la violencia surgen en muchos de esos hogares. En efecto, el desempleo no es sólo algo desagradable para los individuos o una situación indeseable para la familia, si no que daña la salud. Se sabe que la desprotección social y no poseer seguro de desempleo afectan el organismo y el ánimo de los que lo sufren. En varios de los casos estudiados hemos encontrado una clara relación entre la pérdida del trabajo, con el consiguiente descenso del poder adquisitivo, y el empobrecimiento de los recursos necesarios para mantener una buena salud.
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[1] Este artículo retoma y reconceptualiza parte de la tesis doctoral realizada por la autora denominada “Envejecimiento, empleo y desempleo de los trabajadores de mayor edad. Trayectorias de vida laboral en el capitalismo globalizado”. Facultad de Filosofía y Letras. UBA. Buenos Aires. 2007.
[2] Licenciada en Sociología. Magíster en Gerontología (UNC). Doctora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) Mención en Antropología. Investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Directora del Programa Envejecimiento y Sociedad de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
[3] En efecto, unos 126.000 asalariados perdieron su empleo formal entre diciembre y marzo pasado, según el informe de la evolución y situación del trabajo registrado, que utiliza datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA). Asimismo, los primeros indicadores de abril muestran que los números de empleo continuaron su deterioro, en el cuarto mes del año. En el sector privado fueron casi 95.000 las bajas, mientras que en el sector público el número fue de más de 21.600. Mientras tanto, entre las empleadas de casas particulares, se verificaron casi 9.500 puestos menos. Los empleos informales perdidos serían muchos más. Fuente: https://www.elancasti.com.ar/politica-y-economia/segun-datos-oficiales-ya-se-perdieron-126000-empleos-formales-la-era-javier-milei-n556135
[4] El tipo más frecuente y serio de discriminación contra los viejos, “ageims”, es la discriminación en el empleo. Puede tomar distintas formas: desde el rechazo a emplear trabajadores viejos hasta su despido, pasando por la negativa a promoverlos o capacitarlos y el incentivo para que acepten el retiro anticipado. A esto se suman los datos estadísticos que nos indican que los trabajadores de mayor edad desempleados permanecen en esta situación por mucho más tiempo que los más jóvenes y, si alguna vez consigue nuevo empleo, es en una posición de menor jerarquía. De todas maneras, como nos muestran nuestros informantes, lo más probable es que, desalentados, terminen por abandonar la búsqueda de un nuevo trabajo. Consultados sobre la causa de su imposibilidad de conseguir trabajo, los actores nos indicaron que la edad es el motivo principal para no encontrarlo. Todos los testimonios atestiguan esta afirmación, a pesar de que, a muchos de ellos, les faltaban varios años para poder jubilarse cuando fueron despedidos.