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Recuperando narrativas en torno a la experiencia colectiva del “Club del Trueque Pringles” en la ciudad de Villa Mercedes (San Luis) en el contexto de la crisis de 2001

Resumen:

El principal objetivo del siguiente artículo descansa en establecer vinculaciones entre el proyecto de investigación PROICO UNSL N° 15-0818 denominado “Memoria e historia local desde narrativas de “experiencias colectivas” en Villa Mercedes a fines del siglo XX”, y algunas concepciones y reflexiones en torno al concepto de saberes populares. Dicho objetivo surge de la necesidad de poder incluir en el ámbito de la universidad, saberes populares que, por diversos procesos socio-históricos, han quedado al margen de los contenidos que en las instituciones de educación superior se transmiten. Teniendo en cuenta que el proyecto de investigación pretende recuperar narrativas sobre experiencias colectivas desplegadas por organizaciones sociales durante las últimas décadas del siglo XX y principios del siglo XXI; recuperaremos relatos orales ligados al funcionamiento del “Club del Trueque Pringles” en la ciudad de Villa Mercedes (San Luis) en el contexto de la crisis de 2001. Desde el proyecto de investigación, en 2020 comenzamos a trabajar con referentes que participaron en la organización del club mencionado. A mediados de aquel año, entrevistamos a dos ciudadanas de Villa Mercedes que a principios de 2002 fueron pioneras en la organización y funcionamiento del Club del Trueque Pringles.  De la información recolectada en aquellas entrevistas, encontramos dos aspectos clave. El primero fue visualizar que, en el marco de la experiencia colectiva del trueque, existen sectores populares que son portadores de saberes relacionados a las producciones y servicios que al interior del club se intercambiaban. El segundo aspecto, fue vislumbrar la presencia de un saber colectivo, ligado a la emergencia de una organización alternativa que generó vinculaciones que, claramente, trascendían las realidades de exclusión económica de las familias. Lo anterior dio lugar a nuevas formas de sociabilidad y organización colectiva que denotan la capacidad de organización política de los diferentes sectores y comunidades frente a un escenario signado por la exclusión social y económica.

Palabras clave: universidad – investigación – narrativas - experiencias colectivas – saberes populares

Abstract:

The main objective of the following article is to establish links between the research project PROICO UNSL N° 15-0818 called “Memory and local history from narratives of “collective experiences” in Villa Mercedes at the end of the 20th century”, and some conceptions and reflections on around the concept of popular knowledge. This objective arises from the need to be able to include, in the university sphere, popular knowledge that, due to various socio-historical processes, has been left out of the contents that are transmitted in higher education institutions. Taking into account that the research project aims to recover narratives about collective experiences deployed by social organizations during the last decades of the 20th century and the beginning of the 21st century; We will recover oral stories linked to the operation of the “Club del Trueque Pringles” in the city of Villa Mercedes (San Luis) in the context of the 2001 crisis. From the research project, in 2020 we began to work with referents who participated in the organization of the aforementioned club. In the middle of that year, we interviewed two citizens of Villa Mercedes who, at the beginning of 2002, were pioneers in the organization and operation of the Pringles Barter Club. From the information collected in those interviews, we found two key aspects. The first was to visualize that within the framework of the collective experience of bartering, there are popular sectors that are carriers of knowledge related to the productions and services that were exchanged within the club. The second aspect was to glimpse the presence of a collective knowledge, related to the emergence of an alternative organization that generated links that clearly transcended the realities of economic exclusion of families. The foregoing gave rise to new forms of sociability and collective organization that denote the capacity for political organization of the different sectors and communities in the face of a scenario marked by social and economic exclusion.

Keywords: university – research – narratives - collective experiences – popular knowledge

Introducción

Los clubes del trueque se extendieron a lo largo y a lo ancho de nuestro país a partir de la caída del modelo neoliberal imperante en la década del ‘90. Estas economías alternativas y solidarias se erigen no solo en espacios de intercambio de bienes y servicios, sino que, además, favorecen vinculaciones y nuevas formas de sociabilidad ligadas, por un lado, a la exclusión como resultado de la crisis y, por el otro, a un “saber hacer” en el marco del funcionamiento general de estas organizaciones comunitarias y de las prestaciones y transacciones que en su interior se intercambian y comparten.

Estamos convencidos de que detrás de estos repertorios de acción colectiva, se hallan sectores populares portadores de ciertos saberes que sería sumamente valioso incorporar, de manera paulatina y con el respeto que dicha incorporación merece, en las universidades de las que formamos parte.

Iniciaremos el análisis realizando un breve recorrido sobre los conceptos de saberes populares y saberes científicos, para luego adentrarnos en la recuperación de narrativas en torno al Club del Trueque Pringles de Villa Mercedes. Finalmente, cerraremos el análisis resaltando la importancia que reviste “abrir” la universidad a lo local, es decir, a la comunidad más próxima que la rodea y a los saberes y conocimientos que diversos grupos de esa comunidad portan y que, en la mayoría de los casos, están ausentes en las cátedras, investigaciones, cursos y demás actividades académicas.

Breve acercamiento a los conceptos de saberes populares y saberes científicos: ¿antítesis irreconciliable?

El abordaje del concepto de saberes populares resulta una tarea bastante compleja. Es común que, en los intersticios de la vida cotidiana, el concepto de saber popular se utilice de manera despectiva y se lo asocie a un conocimiento de tipo vulgar, cotidiano, práctico y del sentido común. A los fines del presente trabajo, afirmaremos que el saber popular es el conjunto de conocimientos producidos por sectores subalternos de una sociedad determinada y que le sirven a ésta para brindarle una explicación y comprensión de su experiencia en el mundo. Otro elemento clave de estos saberes es que se presentan como un mecanismo de cohesión que coadyuva en la conformación de los procesos identitarios de una comunidad determinada. Esto es así porque todos los conocimientos teóricos y prácticos que componen el saber popular, son compartidos, transmitidos y legitimados por todos los miembros de esa comunidad.

Autores como Martinic (1985), distinguen tres tipologías respecto del saber popular que no necesariamente resultan excluyentes entre sí. Una primera noción, identifica al saber popular como un saber práctico que favorece la reproducción comunitaria y el desarrollo de las actividades cotidianas. Este saber pragmático permite a los sujetos la comprensión de su experiencia y la posibilidad de hacerla inteligible a los demás. También encontramos una segunda noción, que presenta un nivel de elaboración y abstracción mayor; tratándose, en este caso, de una auténtica sabiduría popular. Finalmente, encontramos una tercera concepción que alude a aquellos saberes que forman parte de las identidades colectivas y que se presenta como una construcción crítica que los sujetos hacen en relación a su visión del mundo.

Estas tres acepciones ponen de manifiesto, al menos, tres aspectos en torno al saber popular. El primero radica en que se constituye en un saber que es amplio y que va desde conocimientos prácticos ligados a la resolución de problemáticas de la vida cotidiana o diaria, hasta conocimientos con un alto grado de elaboración y abstracción que destierran las concepciones que conciben a esta saber como vulgar o del sentido común. Además, si el saber popular se constituye en una mirada crítica que determinados sectores tienen respecto del mundo, hallamos una dimensión política que encarna la posibilidad de transformación de ese mundo por parte de determinados grupos portadores de aquella visión.

En lo atinente a la construcción del saber popular, Martinic (1985) señala que aquel proceso no responde a los criterios de validación científica relativos a los saberes científicos. En gran medida lo anterior se debe a que el fin que persiguen los saberes populares es otorgarle sentido a la vida de los sujetos que lo construyen, ya que funciona como organizador, como un conjunto de conocimientos que le dan identidad, razón de ser (y hacer) a los sectores populares. Podemos afirmar entonces que existe al interior de los sectores populares la capacidad de producir saberes y también de agenciar, es decir, de transformar la estructura social, política y económica en la que se hallan inmersos en función de los conocimientos construidos.

En base a lo afirmado anteriormente, un elemento clave en el análisis de los saberes populares es la dimensión política de aquellos. Y cuando nos referimos a lo político, lo hacemos en un sentido amplio del término, es decir, aludimos a la posibilidad de que los sectores populares, creadores de saberes populares, generen transformaciones al status quo, al orden social hegemónico imperante. Llegados a este punto, no podemos dejar de señalar que la potencialidad que pueda llegar a albergar el saber popular, en tanto transformador de un sistema social hegemónico, es lo que permitirá “valorar sus potencialidades educativas, enajenantes o libertadoras” (Martinic, 1985, p. 9).

Con una lógica de construcción, desarrollo, validación, legitimación y finalidad diferente a la de los saberes populares encontramos al saber científico. Se trata de un saber que posee ciertas características tales como su metodicidad, sistematicidad y universalidad. Decimos que el saber científico es metódico porque en su proceso de producción existen ciertos pasos que exigen ajustarse a una metodología considerada como válida y eficaz. Paralelamente, se trata de un saber sistemático que está vinculado a un orden y organización del conocimiento en aras a evitar su dispersión y disgregación. Por último, y no por ello menos relevante, la pretensión de universalidad (con todo aquellos pasos lógicos y estructurados en base a un método que (se supone) es racional), implica que ese saber es válido en cualquier tiempo y espacio; es decir, puede ser aplicado al análisis de cualquier situación o realidad social. En síntesis, un saber así producido se traduce en un “conocimiento capaz de explicar la realidad de manera rigurosa, neutral, verificable, completa y definitiva” (Martinic, 1985, p. 11).

Aquellas diferencias entre saberes populares y científicos vinculadas a los procesos de producción, validación y legitimación científica, son, en gran medida, las que inhabilitan la inclusión de los primeros en ámbitos educativos como la universidad y la escuela. Sin embargo, como hemos afirmado es necesario abrir aquellas instituciones, favoreciendo procesos de inclusión reales en los que los sectores populares (tradicionalmente excluidos de diversos entramados sociales, económicos, políticos y educativos) y los saberes por ellos construidos, tengan lugar.  

La denominada Teoría Decolonial, desarrollada y abordada por muchos pensadores latinoamericanos como de Sousa Santos, Quijano, entre otros, propone otra mirada, otra perspectiva en los esquemas, paradigmas y teorías que pretenden explicar la realidad de nuestra región. El intelectual portugués de Sousa Santos, ha sido un referente en el abordaje de lo que se ha llamado “epistemicidio”, es decir, aquellos saberes que han sido suicidados, eliminados, borrados por la cultura hegemónica occidental. En definitiva, se trata de la destrucción de los conocimientos propios de los pueblos causada por el colonialismo. En nuestra América Latina, herida y con las venas abiertas según Galeano (2011), las grandes teorías que integran las ciencias sociales fueron generadas en un puñado de países europeos. “Entonces, nuestro primer problema para la gente que vive en el Sur es que las teorías están fuera de lugar: no se adecúan realmente a nuestras realidades sociales” (de Sousa Santos, 2006, p. 15).

En un intento por fundar nuevos esquemas de pensamiento y de práctica política orientados a ofrecer(nos) una explicación más cercana y fidedigna a nuestras realidades, de Sousa Santos (2009) nos propone “Una epistemología del Sur”. El pensador afirma que el modelo de racionalidad científica moderna, se configuró con la revolución científica durante el siglo XVI y fue desarrollado posteriormente bajo la órbita de las ciencias naturales. Es a partir del siglo XIX que este modelo se extiende hacia las nacientes ciencias sociales, y es a partir de allí que podemos hablar de un modelo global de racionalidad científica. Este paradigma dominante es, entonces, totalitario ya que niega el carácter racional a todas las formas de conocer que no se ajusten a sus principios y requerimientos (de Sousa Santos, 2009).

Siguiendo la misma línea de análisis, Quijano (2014) en “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, plantea que nuestra región se configuró como el primer espacio-tiempo que respondía (y creemos que aún lo hace) a un nuevo patrón de ejercicio del poder a escala mundial. Para este sociólogo, hubo dos grandes fenómenos históricos que contribuyeron en la configuración de ese espacio-tiempo y que se establecieron como ejes centrales de ese patrón de poder global. Por un lado, la codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados bajo la idea de raza. Dicha idea se basaba en la existencia de diferencias en la estructura biológica que colocaba a unos (blancos y europeos) en una posición de superioridad con respecto a otros (negros, indios). Dicha codificación, fue el presupuesto inicial en función del cual se estructuraron relaciones de dominación impuestas (muchas de ellas por la fuerza) por la conquista. Por el otro, la articulación de las formas históricas de control sobre el trabajo, los recursos y productos en torno al sistema capitalista y de mercado (Quijano, 2014).

De acuerdo al posicionamiento teórico de los autores mencionados, los procesos de colonización iniciados en el siglo XV, dieron lugar a relaciones de poder y dominación (coercitivas e ideológicas) fundadas en la creencia de la superioridad europea respecto a las poblaciones indígenas de nuestra región. Dichas diferencias, que inicialmente se asentaron en la superioridad racial, se trasladaron a otros ámbitos de la vida: visión de mundo, religión, formas de vida y organización comunitaria, etc. Lo procesos de producción científica y racional del conocimiento occidentales, no hicieron otra cosa más que servir de justificación a aquellas relaciones de poder, legitimando la colonización y sus formas desde un único saber, un saber hegemónico y racional: el científico.

En los párrafos que siguen intentaremos realizar un acercamiento entre los avances alcanzados en el proyecto de investigación mencionado al inicio de este trabajo y el concepto de saberes populares que hemos intentado desentramar en las líneas anteriores. Haremos especial hincapié en la necesidad de incluir/incorporar en el ámbito de la universidad experiencias colectivas referidas a sectores populares que son portadores de diversos conocimientos, es decir, portadores de una visión del mundo que otorga sentido a su ser y estar en ese mundo.  

Recuperando narrativas en torno a la experiencia del “Club del Trueque Pringles” en la ciudad de Villa Mercedes (San Luis)

La crisis estructural que estalló en nuestro país a fines de diciembre de 2001 con la brusca caída del modelo de convertibilidad de los años ‘90, sumió a la sociedad en un escenario caracterizado por el caos político, social y económico. Se trató de una crisis sin precedentes cuyo desenlace era difícil de prever. Este conflictivo contexto, se encontraba marcado por la crisis económica, la deslegitimación de los partidos políticos, junto con un clima de gran malestar y conflictividad social signado por numerosos saqueos, movilizaciones y represión estatal. La consigna colectiva era: ¡Qué se vayan todos!

Los índices de desempleo ascendían a un ritmo acelerado y el subempleo comenzó a ganar cada vez más protagonismo. Un amplio sector de la población debió aceptar puestos de trabajo inestables y desprovistos de la protección que brinda la seguridad social o recurrir al autoempleo o empleo por cuenta propia. Todo lo anterior contribuyó a una profunda precarización e informalidad del trabajo, lo que afectó profundamente las condiciones materiales de la reproducción familiar de la fuerza de trabajo, impactando desfavorablemente en el acceso a los esquemas de protección social de vastos sectores de la sociedad argentina.

Si bien es cierto que el estallido definitivo del modelo neoliberal se produjo en diciembre de 2001, los años previos a aquella caída venían demostrando signos de agotamiento de aquella matriz estatal, lo que se veía reflejado en un deterioro económico y social como consecuencia directa de las políticas de corte neoliberal propias de los años ‘90. El descontento social generalizado comenzó a reflejarse en diversas movilizaciones como la Carpa Blanca docente, la emergencia de nuevos repertorios de acción colectiva como el piquete, los cacerolazos, etc. Todo daba cuenta de las insuficiencias de un modelo económico claramente excluyente que había achicado al Estado y sus funciones al mínimo. Las diversas medidas económicas emanadas de los lineamientos del Consenso de Washington (privatizaciones, descentralización, tercerización, endeudamiento externo, etc.) que implicaron el traspaso de una matriz Estado-céntrica a una matriz mercado-céntrica (Cavarozzi, 1987), fueron cuestionadas por colectivos sociales que generaron nuevos repertorios de resistencia en lo económico, lo educativo, lo social, lo cultural, etc.

Una de las estrategias empleadas por vastos sectores de la sociedad argentina más golpeados por los efectos de la crisis, fue la emergencia de los llamados clubes de trueque. El primer club del trueque en nuestro país nace en Bernal el 1° de mayo del año 1995. Sus fundadores fueron: Horacio Covas (químico), Carlos De Sanzo (psicólogo) y Rubén Ravera (bibliotecario). Ellos pretendían generar una alternativa de intercambio solidaria en comparación con el mercado y la economía formal. En unos pocos meses la experiencia de Bernal comenzó a difundirse y a extenderse hacia otros puntos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y también en algunas provincias. Se crearon otros clubes y en el año 1996, nace una red de clubes del trueque que, en un principio, se llamó “Red Global del Trueque Solidario”, para luego pasar a ser la “Red Global del Trueque Recíproco” de la cual cada club en funcionamiento constituía un nodo (Leoni y Luzzi, 2006).

Estos espacios, que ganaron presencia sobre todo luego de la crisis de diciembre de 2001, se erigieron en ámbitos de intercambio que proponían una especie de economía alternativa y comenzaron a constituirse en una opción válida para aquellos grupos excluidos del mercado laboral y del acceso a bienes y servicios básicos: alimento, vestimenta, salud, vivienda, educación, etc.

Una de las líneas de investigación del proyecto “Memoria e historia local desde narrativas de “experiencias colectivas” en Villa Mercedes a fines del siglo XX”[2], fue la recuperación de narrativas en torno a la experiencia colectiva del Club del Trueque Pringles en la ciudad de Villa Mercedes en el contexto de la crisis de 2001. En el marco de la realización de una pasantía de investigación en dicho proyecto durante diciembre de 2019 y diciembre de 2020, entrevistamos a 2 (dos) ciudadanas de la ciudad que participaron activamente en la organización y funcionamiento del Club del Trueque Pringles.

Del análisis de la información recabada en las entrevistas realizadas y teniendo en cuenta los objetivos de este trabajo, podemos señalar 2 (dos) aspectos. El primero de ellos, está vinculado a las problemáticas y exclusiones sociales como resultado de la crisis económica del contexto. Fueron los sectores trabajadores y los más pobres y con menos posibilidades de acceso a ciertos bienes y servicios (empleo, salud, educación, vivienda, alimentación, vestimenta, alimentos, etc.), los más castigados por el modelo neoliberal y sus políticas. Como resultado de los diversos y complejos procesos de marginación a los que aquellos grupos fueron arrojados, se fueron estableciendo (cada vez con más fuerza y presencia) los llamados clubes del trueque, espacios organizados por la sociedad civil que proponían modos de intercambio asentados bajo la lógica de una economía solidaria.

En el caso del club del trueque que comenzó a funcionar a comienzos de 2002 en la Plaza Pringles (ubicada en el Barrio Estación) de la ciudad de Villa Mercedes, inició siendo un espacio bastante pequeño que, en sus inicios, solo aglutinaba a vecinos del barrio. Sin embargo, a medida que pasaron los meses de aquel 2002 y frente a la falta de respuesta estatal ante las problemáticas sociales más acuciantes, muchos vecinos provenientes de otros barrios de la ciudad se fueron sumando y, en el lapso de 6 o 7 meses, el espacio físico de la plaza estaba completamente ocupado por diferentes puestos que ofrecían no solo diversos productos sino también una gran variedad de servicios y prestaciones.

Entre los bienes, productos y servicios que se intercambiaban, las entrevistadas mencionaron los siguientes: alimentos y bebidas, indumentaria y calzado (nuevos y también usados), artesanías de todo tipo, muebles para el hogar, etc. También estaban quienes ofrecían servicio de peluquería, electricidad, carpintería, herrería, albañilería, costura, entre otros. Al poco tiempo de haberse gestado este club, dos vecinas del Barrio Estación (que eran quienes coordinaban días y horarios, participantes, etc.), instrumentaron el funcionamiento de una suerte de billete o moneda interno o ticket de cambio que servía para pagar mercadería o servicios y que tenía valor solo al interior del club de la Plaza Pringles.

El segundo aspecto que creemos que es importante remarcar es que, además de los intercambios económicos que al interior del club se producían, también tenían lugar otro tipo de relaciones que fueron configurando una nueva sociabilidad. Esa nueva sociabilidad, signada por los efectos de una crisis profundamente nociva para la vida social en su conjunto, dio lugar al encuentro, abrió espacios en los que no solo se buscaba paliar o mitigar aquellos efectos, sino que también permitió el compartir situaciones entre sujetos y familias, favoreció el pensar y forjar nuevos proyectos y emprendimientos colectivos, etc. Es por ello que el trueque “aparece como una actividad que contiene el germen de una sociedad alternativa para los marginados de la economía global y sus efectos más despiadados: el desempleo y la exclusión social” (Gonzalez Bombal, 2002, p. 292).

Creemos que estas relaciones que se fueron entretejiendo en el marco de la participación en el Club del Trueque Pringles, constituyen un punto clave en el abordaje de estos espacios, puesto que nos permiten visualizar que además de ser lugares de intercambio económico, se constituyeron en espacios políticos y de transformación social que proponen una alternativa a los efectos devastadores del modelo económico hegemónico. Es la misma comunidad la que forja posibilidades y abre lugar a la generación de nuevas relaciones, más solidarias y orientadas a la integración de una sociedad desintegrada y disgregada.

En lo que a los saberes populares concierne, es importante destacar que al interior del Club del Trueque Pringles hallamos una enorme variedad de conocimientos en circulación plasmados en los diversos productos, bienes y servicios ofertados por los sujetos pertenecientes a los sectores participantes. De las entrevistas realizadas en 2020, obtuvimos información que nos permite afirmar que participaron sujetos portadores de diversos conocimientos y saberes: albañiles, herreros, peluqueros, chefs, tapiceros, costureras, artesanos, entre otros. También era muy común encontrar familias que cocinaban tortas, tartas, pastafrolas, empanadas, etc. y las llevaban a la plaza para intercambiarlas por otros productos y/o servicios que necesitaban cubrir. Paralelamente, se ofrecían talleres de apoyo escolar, de pintura y de música.

Podemos afirmar entonces, con base a la información recolectada, que aquel espacio que comenzó siendo barrial y pequeño, creció y se diversificó, llegando a ser uno de los clubes de trueque más grande de la ciudad, en el que también comenzaron a sumarse personas provenientes de localidades aledañas a la provincia (La Toma, Justo Daract, Naschel, etc.).

Nos interesa resaltar que detrás de los saberes antes mencionados, también existe otro saber que es colectivo y, en ese sentido, político. Como hemos planteado, la crisis estructural estallada en diciembre del año 2001, sumió a sectores pobres en el desempleo, la exclusión y la precariedad. Sin embargo, nuevas formas o modos de acción colectiva emergieron en ese contexto: piquetes, cacerolazos, marchas y movilizaciones, clubes de trueque, comedores barriales, etc.; que dieron cuenta de una sociedad civil capaz de generar alternativas y proponer modos de organización paralelos al orden social imperante.

Para concluir este apartado, queremos hacer mención a una de las actividades que los integrantes del proyecto de investigación estamos pensando para el segundo cuatrimestre del corriente año. Se trata de la organización de talleres de historia oral destinados a estudiantes de la FCEJS-UNSL, en los que queremos compartir narrativas referidas a experiencias colectivas en la ciudad de Villa Mercedes a fines del siglo XX y principios del XXI. En el marco de aquella actividad, queremos invitar a ciudadanos/as de la ciudad de Villa Mercedes que hayan participado en el club del trueque que funcionó en la Plaza Pringles con posterioridad a la crisis del 2001. Buscamos recuperar aquellas experiencias, acercarlas a nuestros estudiantes y compartirlas con la comunidad educativa de nuestra universidad.

Creemos que la organización de actividades como la anterior, es una manera de favorecer la inclusión de otros saberes y experiencias colectivas al interior de la universidad; conocimientos que, generalmente, no se abordan y quedan al margen de lo que se enseña en las diversas cátedras o materias o de las investigaciones de nuestras instituciones de educación superior. Además, la inclusión de saberes que no responden al orden de lo científico-académico y que a la vez refieren a modos de organización colectiva (y por tanto política) locales, quizá sea una manera de comenzar a “abrir” la universidad, permitiendo la permeabilidad de conocimientos de grupos o sectores que han quedado por fuera.

Este doble movimiento de revalorización e inclusión de “lo local” y “lo popular”, también favorece el acercamiento entre el mundo académico y la comunidad. Esto último no constituye algo menor, sino que se erige en una posibilidad, puesto que permite otorgarle sentido al trabajo de quienes nos desempeñamos dentro de la universidad. De este modo, la pregunta: ¿conocimiento para qué? deja de resultarnos tan ajena y sin sentido ni respuesta.

Reflexiones finales   

Tal como otras instituciones sociales, las universidades fueron pensadas y creadas como espacios orientados a formación de las élites encargas de la concreción del proyecto de consolidación del Estado Nación moderno, por lo que sus modos de docencia e investigación fueron fundados en ciertos valores y principios universales propios de la ciencia racional, moderna y occidental.

La posibilidad de transformación de nuestras universidades implica problematizar las bases y fundamentos de la episteme moderna, dando lugar a otros paradigmas y a otros saberes muchas veces opuestos a los parámetros de la racionalidad científica moderna. Lo anterior no significa que debamos rechazar de manera rotunda los postulados de la ciencia moderna,

… sino un desplazamiento del imaginario histórico, epistémico y político centrado en Europa... La decisión de acercar aquello y a aquellos que hasta ahora han sido alejados y excluidos de la universidad, para no seguir reproduciendo modelos de educación superior heredados del proyecto moderno/colonial y agenciados por las lógicas del capitalismo (Castro-Gómez y Grosfoguel en Bustos-Gomez, 2016, p. 3).

Descolonizar la universidad nos exige una apertura al otro, escuchando a quienes han quedado excluidos e incorporando sus voces en nuestras instituciones. Una manera de acercarnos a ese proceso de apertura radica en el diálogo y proximidad con lo local, es decir, con aquello que circunda la universidad, con aquellos conocimientos más próximos, con las visiones o paradigmas subalternos; debemos dejarnos interpelar por las perspectivas locales, por aquello que sucede en el entorno más cercano a la universidad pero que, paradójicamente, no forma parte de ella.

La recuperación de narrativas de experiencias colectivas en torno al funcionamiento del Club del Trueque Pringles en la ciudad de Villa Mercedes en el contexto de la crisis de 2001, resulta quizá un primer paso, un inicio o comienzo para emprender otras prácticas y proyectos pedagógicos que sean consonantes (y consecuentes) con aquel proceso de apertura, diálogo e inclusión. En este sentido, la recuperación de narrativas y relatos orales constituyen un elemento clave, sobre todo si tenemos en cuenta que, desde la racionalidad científica, el modo de producción de conocimiento válido y aceptado universalmente es la escritura. De acuerdo a la episteme occidental, solo los textos escritos son los que favorecen una transmisión objetiva y científica de los saberes. Con ello, la oralidad quedó al margen y, como consecuencia, también quedaron por fuera los sectores y grupos involucrados en ella.

Recuperar un lugar destacado para la oralidad en el espacio académico universitario puede ser la oportunidad para coadyuvar a configurar un nuevo lugar de enunciación en vías de una nueva hegemonía, en la medida en que la tradición oral sea asumida como un escenario de respuestas y negociación frente al poder social (Carvalho en Bustos-Gómez, 2016, p. 12).

En el marco del proyecto de investigación del que formamos parte y que a lo largo de este trabajo hemos puesto en discusión, buscamos abordar el pasado recuperando narrativas y escalas diferentes, lo cual, necesariamente, nos remite a un abordaje de la memoria. Y entendemos a la memoria como un proceso activo de elaboración y construcción simbólica de sentidos sobre el pasado que se encuentra vinculada al presente. Apelar a la memoria es un acto que se realiza desde un presente por lo que los eventos evocados adquieren significación para los sujetos siempre en función de ese presente concreto, de un contexto social y político determinado (Jelin, 2002).

Entendemos que la historia al igual que la memoria, se caracterizan por la construcción de relatos y representaciones acerca del pasado. La diferencia entre ambas radica en que la historia busca representar el pasado de acuerdo a reglas metodológicas y en el marco de instituciones específicas que condicionan la producción de conocimientos histórico (De Certeau, 1998); mientras que la memoria remite a una temporalidad vivida, “centrada en la aproximación del recuerdo por un sujeto capaz de acordarse por sí, tanto de manera individual como de manera colectiva a partir de una memoria compartida” (Ricoeur, 2013, p. 20).

Como equipo de investigación nos hemos propuesto acercar narrativas sobre la experiencia colectiva del Club del Trueque Pringles en la ciudad de Villa Mercedes a la universidad, procurando incluir, en su seno, saberes populares. De acuerdo con el sociólogo venezolano Edgardo Lander,

la formación profesional [que ofrece la universidad], la investigación, los textos que circulan, las revistas que se escriben, los lugares donde se realizan los posgrados, los regímenes de evaluación y reconocimiento de su personal académico, todo apunta hacia la sistemática reproducción de una mirada del mundo desde las perspectivas hegemónicas del Norte (Lander, 2000, p. 65).

Llegados a este punto es pertinente preguntarnos: ¿qué significa descolonizar la universidad? Castro-Gómez (2007), desde el paradigma de la complejidad, plantea que, para lograr aquella descolonización, es preciso la flexibilización transdisciplinaria del conocimiento y la transculturación del conocimiento (Castro-Gómez, 2007). La primera, la transdisciplina, no se limita al intercambio de saberes entre una disciplina y otra/s, sino que plantea el “desborde” de las mismas gracias al

establecimiento de relaciones cada vez más densas no solo entre las Ciencias Exactas y las Ciencias Humanas, sino también de las ciencias con las artes, la literatura, la experiencia común, la intuición, la imaginación social. No solo se trata de una interacción de discursos en términos de lógicas científicas sino también de la interacción de discursos en términos de diversidad de lenguajes y escrituras (Cansino, 2008, p. 263).

La transculturación del conocimiento, propone poner en acción el diálogo de saberes, de modo que “diferentes formas culturales de conocimiento puedan convivir en el mismo espacio universitario” (Castro-Gómez, 2007, p. 87). Alcanzar este diálogo no es tarea fácil, ya que, al interior de las universidades, como hemos afirmado, solo son válidos aquellos conocimientos que se ajustan a los criterios epistémicos occidentales. Creemos que este “colonialismo epistémico” (Castro-Gómez, 2007), que se gesta con la expansión colonial europea en los siglos XVI y XVII, hoy debe ser problematizado, puesto en discusión. Entonces, el diálogo de saberes sería posible a partir de la descolonización de conocimientos y de las instituciones productoras de esos conocimientos.

Estamos convencidos de que la inclusión de narrativas y relatos locales en torno a experiencias colectivas en Villa Mercedes en nuestra universidad, va en línea con aquel paradigma orientado a la descolonización de saberes e instituciones. Sin embargo, somos conscientes de que el desafío al que nos enfrentamos hoy quienes hemos elegido la docencia, radica en una ampliación del campo de visibilidad abierto por la ciencia occidental moderna, dado que ésta fue incapaz de abrirse a las emociones, la intimidad, el sentido común. En síntesis, se trata de un proceso de conjunción, inclusivo, integrativo, de convivencia y de enlace con otras formas de producción de saberes (Castro-Gómez, 2007).

Referencias bibliográficas

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[1] Lic. en Ciencia Política (UNRC). Maestranda en Sociedad e Instituciones (UNSL). Profesora auxiliar de los espacios curriculares Sociología de la Educación y Formación Ética y Ciudadana (IFDCVM). Jefa de trabajos prácticos del espacio curricular Historia Económica y Social Argentina (FCEJS-UNSL). E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.

[2] El mismo se radica en la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales (FCEJS) de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL) y cuenta con la dirección de la Esp. María Celina Chocobare.