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Trabajo y salud: antropología social de una dolencia

Resumen:

Este pequeño artículo intenta ocuparse de una dolencia subjetiva, la del malestar asociado al trabajo, y específicamente el denominado burnout, como una excusa para revisar las concepciones de trabajo, antropológica e históricamente condicionadas. No sólo por la recurrencia en la presencia de la temática en los medios de comunicación, sino también por el aprovechamiento-abaratamiento de los costos que produjeron las economías mundiales en la globalización, así como la extensión del trabajo hogareño, sumado a experiencias mixtas de trabajo, colocamos el burnout “social” en la primera plana del padecimiento subjetivo generalizado (desde la posible pérdida de empleo, hasta la flexibilización creciente de la mano de obra)[2]. Aquí tomaremos algunos ejemplos respecto de esa dolencia, tan intrínseca a la construcción de la cosmovisión laboral subjetiva propia de la modernidad capitalista para ver cómo –por adhesión o contraste- impacta en la humanidad actual.

Palabras clave: trabajo – salud– globalización – malestar cultural – burnout

Abstract:

This short article tries to deal with a subjective ailment, that of discomfort associated with work, and specifically the so-called burnout, as an excuse to review the anthropological and historically conditioned conceptions of work. Not only because of the recurrence in the presence of the theme in the media, but also because of the use-lowering of costs produced by world economies in globalization, as well as the extension of homework, added to mixed work experiences, that “social” burnout is placed on the front page of generalized subjective suffering (from the possible loss of employment, to the increasing flexibility of the workforce)[3] . Here we will take some examples regarding this ailment, so intrinsic to the construction of the subjective labor worldview typical of capitalist modernity to see how -by adhesion or contrast- it impacts current humanity.

Keywords: work –health - globalization – cultural malaise - burnout

Introducción

En este breve trabajo intentaremos introducir algunas concepciones sociológicas sobre el trabajo como categoría fundamental de las sociedades modernas y contemporáneas, y las abordaremos proyectadas sobre un caso específico de malestar cultural actual: el denominado burnout, o “cerebro quemado”. El síndrome de despersonalización del cerebro quemado, oriundamente atribuido a trabajadores vinculados con el servicio de salud y educación, se ha ido trasladando a diferentes ámbitos socio-laborales, atribuyéndole una gran porción del malestar laboral actual en nuestras sociedades.

De este modo, podremos –por la negativa- y también por la intervinculación de conceptualizaciones alejadas de la rigidez y la monocausalidad, ver en un ejemplo práctico elementos interesantes de análisis para entender la importancia que, aún hoy, tiene el trabajo en la subjetividad contemporánea.

Partiremos de una definición de trabajo, que luego será acompañada de una visión respecto de la salud, para ponerlas en relación con respecto a la contemporaneidad.

Qué trabajo

“Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de los países
en que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las
miserias individuales y sociales que, desde hace dos siglos, torturan a la
triste humanidad. Esa locura es el amor al trabajo”.

Paul Lafargue, Derecho a la Pereza, 1880[4].

Partimos de una idea desarrollada por Marx (1869) en su Crítica del Programa de Gotha, que oponiéndose al socialismo de Lasalle y su concepción de trabajo, nos brinda algunas pistas para intentar una definición.

Criticando la posición de que “el trabajo es fuente de riqueza”, Marx dice:

Los burgueses tienen razones muy fundadas para atribuir al trabajo una fuerza creadora sobrenatural; pues precisamente del hecho de que el trabajo está condicionado por la naturaleza se deduce que el hombre que no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo, tiene que ser, necesariamente, en todo estado social y de civilización, esclavo de otros hombres, quienes se han adueñado de las condiciones materiales de trabajo.

Esta definición, en principio “libre” de determinantes más específicos de toda constricción social del capital, prosigue advirtiendo que, puesto que no es “fuente de riqueza” sino relación con la naturaleza y los otros.

En su fase más genérica, también fue mencionada (con otras formas) más de veinte años antes por el autor:

… el animal se hace de inmediato uno con su actividad vital… y el hombre hace de su propia actividad vital el objeto de su voluntad y de su conciencia: tiene una actividad vital consciente: no existe una esfera determinada con la cual inmediatamente se confunde (Marx, 1844, p. 62).

Estas definiciones, históricamente construidas, no obedecen a la definición taxativa y lógica de un apresuramiento, sino la mostración amplia de las relatividades correspondientes, a la vez que de la manifestación abierta de todas las contradicciones.

Por ello, siguiendo ese ejemplo, y delimitándose de las definiciones meramente “antropológicas” que olvidan el condicionamiento histórico-material del trabajo, Pablo Rieznik (2003) precisa un primer momento de definición: “En la misma medida que el trabajo implica una relación de actividad entre el hombre, sus dispositivos físicos y biológicos, y el medio circundante, su apreciación está históricamente dominada por el tipo particular de vínculo que se postula como humano entre el individuo, la sociedad y la naturaleza” (destacado propio, p. 17).[5]

Para Marx, destaca el autor, es recién en la categoría moderna de trabajo en que se puede diferenciar de las “categorías simples donde el trabajo se vincula genéricamente a los productores” (p. 18), puesto que la división del trabajo manual e intelectual, propia del orden social capitalista, abstrae sus condiciones más apremiantes y las conforma en una generalidad mayor que -como veremos enseguida- incluye en su naturaleza, paradójicamente, la cultura que está implícita en sus fundamentos.

Continúa entonces Rieznik (2003):

… el abordaje antropológico sobre el concepto de trabajo debe ser al mismo tiempo una aproximación histórica, el análisis del proceso de diferenciación que le es específico como resultado de las transformaciones operadas en el vínculo cambiante del hombre con sus instrumentos y objetos de trabajo así como en el resultado de la actividad de producción de su vida (destacado propio, p. 25).

Tenemos entonces, por un lado, la delimitación de las nociones meramente antropológicas que en su generalidad ahistórica ocluyen las condiciones históricas y materiales de la producción del trabajo humano. Por el otro, a la vez, resalta en las definiciones la relacional e inherente composición del trabajo humano en su operatividad circundante, como vínculo del humano con la actividad (natural, tecnológica), lo que complejiza aún más la definición, eludiendo en ese mismo movimiento, aspectos idealistas o abstraídos del condicionamiento social.

Para finalizar con este autor, redundando respecto de las anteriores nociones de Marx, veremos que, entonces, la aparente contradicción (aparente porque debe resolverse en la misma transitoriedad que ejerce la historia en el desenvolvimiento), entre actividad-potencia vital y enajenación, miseria, etc., que el mismo trabajo produce, no es sino la contradicción que Marx visualiza y analiza en cada uno de los elementos que conforman la relación social del capital:

La identificación del trabajo con la producción activa de la vida humana, es decir, con la vida productiva, se presenta, a primera vista, en oposición al carácter degradado y envilecido que adopta la existencia del trabajador en la vida moderna… en la misma medida en que la potencia social del trabajo humano se despliega con el modo de producción capitalista de un modo sin igual, en esa misma medida se corporiza en el trabajador y en la clase trabajadora no como actividad vital sino como medio y negación de la vida misma (Rieznik, 2003, p. 26).

Con estos aportes, podemos añadir, con Terry Eagleton, algunos elementos que además, configuran una definición -provisional, histórica, construida- del trabajo, que sirve a los fines de vincularlos con la dolencia subjetiva que abordamos en este trabajo, y que constituye una definición amplia que permite diferenciarse de la relación mecánica entre trabajo-desarrollo o entre trabajo-bienestar.

En principio, Eagleton (2011) se distancia de las vulgaridades respecto de Marx, sobre todo la referente al “reduccionismo” económico del que adolecería su teoría, y en parte esto lo encuentra en su definición de trabajo.

El primer acto histórico, escribe Marx, … es la producción de los medios con los que satisfacer nuestras necesidades materiales. Solo a partir de entonces podemos aprender a tocar el banjo, escribir poesía erótica o pintar el porche de entrada de nuestra casa. La base de la cultura es el trabajo (p. 110).

En ese distanciamiento de las miradas respecto de Marx sobre el simplismo y el reduccionismo económico, prosigue Eagleton (2011):

… el trabajo supone para Marx mucho más que lo simplemente económico. Implica toda una antropología: una teoría de la naturaleza y la acción humana, del cuerpo y sus necesidades, de la naturaleza de los sentidos, de las ideas de la cooperación social y realización personal individual (pp. 121, 122).

En otro de sus libros, continúa con la espiritualización y culturización operada a partir de la producción material con que el humano circunscribe y proyecta su desarrollo y civilización. Dice: “Para Marx, el trabajo… es una categoría epistemológica además de social y económica” (Eagleton, 2017, p. 76), y luego, “… partir de la agencia humana es desmontar la distinción entre sujeto y objeto, dado que la práctica es una cuestión material, objetiva, a pesar de adscribirse al espíritu (motivos, valores, propósitos, interpretaciones, etc.) (ídem).

Finalmente: “El hecho de que, por ejemplo, (los hombres) sean animales lingüísticos implica que pueden iniciar la clase de proyectos colaborativos que necesitan a fin de reproducir su vida material” (agregado propio, ídem, p. 80), entonces “el cuerpo es mortal, sufre y está condicionado por factores que escapan a su control” (ídem), y es a partir de este limitante en que se proyecta hacia adelante, con el lenguaje y con la acción humana, lo que lo constituye al humano como un animal lingüístico de particularidades específicas, y que también estas son las que obligan a una integral definición de salud.

Qué salud

Por todo lo dicho hasta aquí, resulta individual ceñirse a las definiciones que el psicoanalista Luis Chiozza (2016) da sobre el trabajo, y sin embargo, como veremos, conforma una de las peculiaridades de la actividad humana que no debe, (en la complejidad de la definición que hemos tomado), subestimar las capacidades identitarias de la misma. Esto, más aun, en vistas al caso elegido -la dolencia del burnout-, producto de las múltiples determinaciones y aspiraciones subjetivas con que una población, grupo, individuo, se vincula con el trabajo en cuanto a sus expectativas y frustraciones.

Como veremos, la validez de las definiciones de Chiozza (2016) también involucran una transición hacia la pregunta por la salud, que consideramos ilustrativa. Dice: “(el trabajo es) la satisfacción de un deseo o de una necesidad… pero también un valor que, bajo la forma de un servicio, un ser humano entrega a la civilidad en la cual vive, retribuyendo de este modo lo que de la ciudad recibe” (agregado propio, p. 74). Al mismo tiempo, a pesar de la ausencia del factor de la explotación en estas definiciones, hay una paradoja sobre el doble efecto del trabajo que conviene resaltar.

Por un lado, “el trabajo… es una forma de inserción social y uno de los parámetros privilegiados entre los que se define la identidad de una persona” (ídem), pero por otro “el trabajo sin arte y sin juego, el trabajo en el que no se compromete la creatividad, es un trabajo que funciona como una tortura, como una condena que enferma” (ídem, p. 86).

Es por esto que, en nuestra definición de salud, por un lado, no podemos prescindir de estos componentes relativos a la circunstancia histórica y social, y por otro -por los mismos motivos- no podemos dejar de advertir que en la definición sujeta a las variables y variadas nociones temporales y comunitarias de esa definición, se juega también la definición de enfermo o de normalidad. En el caso del burnout, por efecto de la despersonalización efectuada entre las expectativas de un desarrollo vocacional y la dolencia efectuada por la práctica específica de una profesión, se visualiza claramente la importancia de una definición amplia de salud que vaya más allá del mero daño orgánico[6].

Para hablar de salud, debemos hablar de la ausencia de enfermedad, o en todo caso, del pathos (de donde viene padecer, pero también pasión), como signo o sentido de una afección, por lo que “… conjuga los significados de enfermedad, sufrimiento y sentimientos” (Chiozza, 2016, p. 187). “La enfermedad es, sin duda, una alteración de la estructura y el funcionamiento de los órganos, pero también es, sin duda, en sí misma una historia” (ídem, p. 188).

Esto nos introduce a la posibilidad, como indican los practicantes-estudiosos del síndrome de burnout que veremos a continuación, pensar la salud (y no la enfermedad) como construida históricamente, en la medida en que, como señalan  “… la integración cultural de comunidades y pueblos, ofrece nuevas posibilidades para el desarrollo saludable de sus miembros” (Blajeroff, Maglio y Dabas, 2003, p. 195), oponiéndose así al aislamiento de entidades como “salud” o “enfermedad” en el sentido abstracto de la lógica positivista. Prosiguen los autores: “esta concepción médica (la que abstrae la enfermedad) separa el proceso de la enfermedad y sus determinaciones biológico-ambientales, de la personalidad y su entorno ambiental vincular como factores determinantes” (aclaración propia, ídem, p. 196).

Llegados hasta aquí y antes de finalizar este apartado, está claro en el desarrollo que la noción de trabajo y salud, aquí, se imbrican en definiciones amplias que permitan dar cuenta del malestar epocal que corroe las subjetividades y contribuyen a nuevos modos de viejas formas alienantes, deshumanizadoras, con nuevas terminologías pero que fundamentan sus apariciones en las frustraciones emocionales y de perspectiva que tiene el sujeto de la contemporaneidad.

Podemos compendiar este apartado con la idea de bienestar en Eagleton (2008), vinculadas a esta intervinculación social[7], que manifiesta esta amplitud que intentamos describir. “El bienestar”, dice Eagleton, “... implica no sólo una condición interior del ser, sino una disposición a comportarse de ciertos modos y no de otros... Si queremos observar el “espíritu” de alguien, fijémonos en lo que hace... La felicidad forma parte de un modo práctico de vida y no de una satisfacción interior privada”.

Conceptos

En su texto sobre la palabra “trabajo”, la investigadora Annie Jacob (1995) demuestra fehacientemente cómo, en el curso del desarrollo histórico, el trabajo pasó de tener una concepción negativa, de castigo, de “tortura” (trepalium) a convertirse en un pivote fundamental donde pasan las consideraciones positivas de una sociedad desarrollada o con expectativas de desarrollo. Puntualmente, estudia cómo en el siglo de las luces, luego de derribada la concepción religiosa sobre la vida en general, tanto liberales (John Locke) como socialistas al estilo Robert Owen, pusieron al trabajo como fundamento del progreso social, y eso ya no se discute. En sus palabras, “… ya no podemos continuar considerando al trabajo, valor central de nuestro sistema social, como una actividad natural” (p. 14).

Para abonar a este edificio conceptual y terminológico básico, el trabajo de Dominique Meda (2007) también se moldea y construye sobre la base, ya indiscutida por la extensión de la vida social contemporánea, de que el trabajo es el baluarte fundamental de su desarrollo. Al comienzo mismo del texto, en boca de Habermas, Meda dice que las nuestras son sociedades fundadas sobre el trabajo. Aun así, y a riesgo de sintetizar, Meda explica por qué no había rastros de una concepción de trabajo como riqueza general de todos (Adam Smith y también Karl Marx), en las sociedades pre-económicas ni siquiera tienen palabras para definir de forma diferente actividades productivas de otras que no lo son (ejemplo: “trabajo” de parto). Es decir, que como todo producto del desarrollo histórico-social y más aún, del tipo de producto al que se refiere y la centralidad que toma, la vida de “trabajo” conoció diferentes formas y polémicas contradicciones en su propio devenir como concepto. No es para menos, dada la centralidad que le atribuyen los economistas modernos, sea por su funcionalidad en el liberalismo como diría Adam Smith, sea por su centralidad como fuerza viva que relacionada con el capital forman una relación específica (al decir del materialismo histórico).

Lo interesante aquí, más allá de las genealogías casi arqueológicas de las que deriva el trabajo y cómo fue fusionándose con el transcurso histórico para tornarse tan importante institución social, es entender, por un lado, que los modos que toma el trabajo en nuestras sociedades contemporáneas nos ayuda a identificar las diferencias entre trabajos estancos, institucionalizados, industriales con otros modos de trabajo más flexibles, de subjetividades formadas en la labilidad, etc.; y por otro, que aún como ausencia de trabajo, o como precariedad en la concreción de sus actividades laborales, los jóvenes o los trabajadores de la actualidad padecen corrosiones en el carácter[8] (al decir de Sennett), que impactan en su salud mental y por lo tanto, vuelve a poner el malestar cultural en el centro de la escena contemporánea.

Nuevas formas del trabajo

Para el siguiente apartado, seguiremos con las nociones de Richard Sennett, en lo que corresponde a los modos de trabajo en la actualidad, cuya estructura y desenvolvimiento, sobre todo luego del nacimiento de lo que se conoce como globalización[9], imprimió nuevas dolencias (o corrosiones, como hemos mencionado). Así como el industrialismo suprimió la actividad artesanal del obrero, al colocarlo en la despersonalizada máquina, y Marx entre otros estudiaron ese proceso subjetivo como alienación, la proliferación de trabajos de “servicios” o “tercer sector”[10]; que emplea jóvenes en masa a lo largo del mundo, contribuye al forjamiento de una subjetividad bien otra.

No sólo por su manutención abaratada y la contratación tercerizada o precarizada[11] (aunque en buena parte, por eso también), sino también por tratarse de empleo “creativo”, donde el “conocimiento”[12] es el que se pone en valor, las dolencias psíquicas y subjetivas tienen características diferentes a esa concepción burocratizada-administrativa del siglo XX, donde, como bien trabaja Sennett, un trabajador podría percibir la posibilidad de futuro en una empresa por el tiempo de su vida hasta su jubilación.

En el caso paradigmático que trabaja Sennett, la relación de un padre (formado en las viejas formas laborales, como encargado de edificio) y el hijo (trabajador a la Sillicon Valley, de productos tecnológicos, con formas de relación laboral post-toyotistas), lo interesante en ese diálogo es la manifestación de las diferentes formas de padecimiento que tanto uno como otro experimentan. Nos interesa porque veremos que en el caso del burnout, también hay una diferenciación entre expectativas y realidad que son la base de las patologías ansiógenas.

Sennett (1998) dice en un momento: “… lo que falta entre los polos opuestos –experiencia a la deriva y aseveración estática- es un relato que organice la estructura. Los relatos son más que simples crónicas de acontecimientos; dan forma al avance del tiempo…” (p. 29).

Las nuevas formas de trabajo, alcanzadas sobre todo luego de la mencionada globalización, con posterioridad a la crisis del petróleo de 1973[13], impuso una reestructuración laboral de una economía más abocada a los servicios que a los productos, y eso impactó en la subjetividad laboral, como explica el autor respecto de los riesgos:

… el amigo del riesgo tiene que vivir en la ambigüedad y la incertidumbre… en el capitalismo flexible, la desorientación que implica moverse hacia la incertidumbre, hacia esos agujeros estructurales, se verifica de tres maneras concretas, “movimientos ambiguamente laterales”, “pérdidas retrospectivas” e “ingresos impredecibles” (p. 88).

Esto, en las denominadas “sociedades del riesgo”, impacta de un modo u otro en la subjetividad contemporánea, con el riesgo de la enfermedad.

Como dice Meda (2007), el trabajo es más que la simple remuneración de un ingreso, de lo contrario no se comprendería por qué, a veces, al perder el trabajo “… se pierde todo” (p. 28). Sennett (1998) también elabora ese punto: “… no había entrado a ese mundo para hacer mucho dinero, sino para hacer algo más interesante con su vida” (p. 82). Es quizás esto, y no otra cosa, a la que se refiere Eagleton (2010) cuando dice que el capitalismo es el sistema más parecido a la naturaleza intrínsecamente deseante de la humanidad: “… lo que distingue al capitalismo de otros modos de vida históricos es su conexión directa con la naturaleza inestable y contradictoria de la humanidad” (p. 37).

Hoy, el individualismo exacerbado pero la imposición de un conocimiento “común” vuelve nuevos los viejos malestares, o introduce sobreexplotaciones allí donde el desarrollo maquínico presumiblemente podría liberar al humano de tareas inhumanas. Es la paradoja aparente del desarrollo capitalista, que habiendo desarrollado las fuerzas productivas al punto de la robotización, la automatización y las técnicas que en teoría podrían servir para liberar al hombre del trabajo, este desarrollo convive con las formas más arcaicas y bárbaras de la explotación (más horas de trabajo, más productividad a través de las inhumanas formas de relación contractual, más precarización). Al decir de Jacob (1995):

En el momento en que, gracias a las técnicas, hemos mejorado en proporciones considerables la productividad del trabajo, y en que parece que ya no hay trabajo para todos, plantearse la cuestión de la evolución de la noción, de la idea de trabajo, obliga a reabrir el campo de investigaciones a la historia o la antropología (p. 13).

Salud y trabajo

Después de estas introducciones variopintas al fenómeno del trabajo que, como vimos, no puede abordarse uni-causalmente, sino con la conciencia de la multidimensionalidad del problema, sobre todo por la variedad de aspectos sociales a los que refiere, pasaremos a considerar el problema de la salud y el trabajo en el trabajo de Asa Cristina Laurell (1978), por contener alguno de los elementos que precisamos para proyectarlo sobre nuestro caso (burnout).

Luego de una brevísima introducción sobre la cuestión ambiental del trabajo, y las implicancias que tiene considerar la salud (y la enfermedad) en el marco más amplio de la organización social, Laurell delimita con más precisión su objeto de estudio. Para ello, se nutre de Marx para evidenciar esa doble condición del trabajo: una, como actividad de relación entre el ser humano y la naturaleza para dotarse de los recursos necesarios para vivir y otra, como productora de bienes en el marco del régimen social capitalista, el cual se basa en la explotación del trabajo para extraer plusvalía. Es decir, que una definición, más antropológica y otra, más histórica, convencen a nuestra autora de que se trata de una definición que se vincula con los orígenes sociales de la enfermedad. También, le interesa subrayar la indistinción en la práctica de los mundos de la producción y del consumo, por hallarse sujetos a esta tendencia social general.

Lo interesante, es que así como coloca el trabajo en su dimensión más amplia de la organización social, sin la cual es imposible entender su centralidad y desarrollo, luego, nutriéndose de Marx como teoría, evidencia que la división social del trabajo (por consiguiente, su fragmentación, su relación con las técnicas y con el ritmo laboral) le permite entender el stress, por ejemplo, o los padecimientos de salud de los obreros por esa productividad impuesta. Nos interesa esto en particular, puesto que veremos cómo, en la actualidad, lejos de haberse superado ello, se manifiesta de diferentes formas en el caso de burnout, porque a mayor exigencia del ritmo laboral, menos control por parte del obrero de ese proceso de producción.

Otro aspecto no menor, para identificar la fatiga y el stress relacionados con el trabajo, la autora lo identifica en el desarrollo de las plusvalías relativas (coloca el excedente en la producción de instrumentos) con la absoluta (más allá de cierta cantidad de horas, la fuerza viva que representa el trabajador no puede ser explotada, por la naturaleza de su cuerpo y sus límites, por ejemplo).

Marx no desestimó el valor que el trabajo toma en tanto valor de uso (“no-ser de los valores en cuanto objetivados[14]) pero lo coloca en la relación social con el capital, lo que lo transforma en valor de cambio, “mera forma abstracta”, que sólo en la capacidad del individuo trabajo y en relación con el capital se transforma en productiva. La famosa frase de Marx (1977) que “ no tenemos frente a nosotros aquellas formas primitivas e instintivas de trabajo que nos recuerdan la de los animales… presuponemos el trabajo en una forma que lo hace exclusivamente humano” se confirma con la idea antropológica de trabajo en Marx cuando dice, en El capital, … el total de lo que se llama la historia del mundo no es más que la creación del hombre por el trabajo humano” (cap. VII).

Luego de evaluar y analizar estadística y sociológicamente las características de la post-industrialización y las nuevas formas del trabajo, inclusive cómo se desenvuelven en un país de tipo dependiente como México, a los objetivos de nuestro trabajo nos interesa destacar, finalmente, las ideas sobre salud y enfermedad que están explícitas en el trabajo de Laurell.

Un profundo estudio indica que las causas de muerte “ocupacionales”, según Laurell, también se verifican en agudos procesos de enfermedad que no se caratulan en principio como accidentes pero que tienen sus causas en las variables descriptas en torno a la labor productiva (por ejemplo, “… corazón, cirrosis hepática, tumores malignos[15], ídem, p. 18). “Los cambios en las condiciones colectivas de salud que se reflejan en las principales causas de muerte, concluye momentáneamente, “confirman la relación entre el proceso de trabajo y sus formas distintas de consumo de la fuerza de trabajo y desgaste del obrero que dan origen a tipos distintos de patologías predominantes” (ídem, p. 19).

Por eso, como corolario, queda claro que la explicación y análisis del proceso de salud de los trabajadores no puede distinguirse ni escindirse del proceso social general en que el trabajador está inmerso, esto es, la dinámica de la explotación laboral y sus formas. Esto concluye Laurell cuando dice que, “Analizar el problema de la salud desde el punto de vista del proceso de trabajo como un proceso social y técnico abre la perspectiva de entender qué es la explotación del trabajo y cómo esta explotación desgasta al trabajador” (ídem, p. 33).

Caso

La investigación y tratamiento sobre el malestar del desánimo profesional denominado burnout (cerebro quemado) que fundamentalmente afecta a los trabajadores de la salud, de la docencia y a quienes prestan servicios, es nuestro puntapié para pensar la actualidad de nociones tan amplias y disímiles como enfermedad, cuerpo, salud, anomia social. La magnitud del problema se evidencia, por ejemplo, en un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que señalaba como posibilidad el año 2030 como el año en que los problemas “mentales” podrían ser la primera causa de discapacidad en el mundo[16].

Brevísima presentación de burnout

El burnout es una enfermedad que aqueja fundamentalmente a las personas que trabajan otorgando “servicio” (salud, educación, instituciones públicas). Especificando más el tratamiento del burnout que nosotros trabajamos, nos referimos a la perspectiva elaborada por la Federación Mundial de Ecología Cultural (FEMEC), dirigida por el Doctor Néstor Blajeroff[17] que hace mucho tiempo estudia e interviene en el campo específico de la salud mental, en este caso de las enfermedades vocacionales, o de desánimo profesional.

Nos interesa el punto de vista de Blajeroff y otros (2003), por exceder el abordaje medicalizante del sufrimiento en el burnout, y plantea sugestivamente una mirada integral del sujeto (la tríada de problemas que aborda la definición en cuestión: cansancio emocional, despersonalización y falta de realización personal). El grueso de la población, según el trabajo de este equipo, contribuyó estadísticamente y de forma peligrosa al síndrome de burnout o despersonalización fomentado por procesos globalizatorios y una dolencia de sujeto correspondiente a este estadio de la organización social.

Además de la definición de la OMS, y de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la contribución de Maslach y Jackson (en Sánchez y Ledesma, 2013) a la definición de Burnout diferenciaron en una especie de “tabla” canónica los padecimientos por parte de personal de servicio de salud o de educación.

En síntesis, se trata de un padecimiento vinculado a la despersonalización del sujeto producto de la falta de materialización de expectativas (ora por falta de objetivos institucionales que incluyan a los trabajadores en sus propuestas, ora por sobreexplotación de las horas laborales más allá de la entereza físicopsíquica, ora por desánimo vocacional, etc.)[18].

En una de las tantas definiciones trabajadas por el equipo de investigación dirigido por el mencionado Blajeroff, Marcelo Castellano y Daniel Dabas (2003) entienden la imposibilidad de aislar al burnout, “… de los signos de malestar en la cultura contemporánea con su propia forma de alienación” (p. 52) y proponen una terapéutica, corroborada por décadas de investigación en el campo, que “(personalice) los campos vinculares como intervención adecuada a una etapa socio-cultural que se puede definir como burocrática” (aclarado propio, ídem) y “… promover lazos vinculares personalizados” (ídem).

Traemos el ejemplo porque, consideramos, que se adapta a las interrelaciones conceptuales que estuvimos trabajando sobre el vínculo estrecho entre salud y enfermedad. Es menester abordar la diagnosis y clínica médica de esta patología en escritos futuros, producto de la excedencia que ese terreno implicaría para los objetivos presentados en este trabajo.

Palabras que (no) cierran

“El trabajo de los individuos deja de ser parte de su ser esencial y pasa a estar al mando de otros. Se siente como una forma de actividad monótona externa a su yo real, algo así como la carne, en el dualismo cartesiano, es externa al espíritu… se trata de un ámbito que ha confiscado sus energías y, en consecuencia, parece estar más lleno de vida que ellos”.

Terry Eagleton, 2011.

Así como Terry Eagleton, estudiando la dependencia material de la vida humana, no como un materialismo mecánico sino como la conjunción natural y cultural que hace síntesis en el cuerpo humano –producto de la fragilidad y dependencia de la que parte- admite que “… lo económico, en definitiva, siempre presupone mucho más que lo económico en sí” (p. 122), del mismo modo Dominique Meda (2007) identifica los diferentes trabajos, señalando que los que se desempeñan en la salud y educación: “(lo viven) como un medio para realizarse… el trabajo parece más al orden de la vocación y su utilidad es clara” (agregado propio, p. 31). Es decir, como vimos a lo largo de estas páginas, que además de la función de supervivencia y manutención (en el caso del trabajador) y de puntal de desenvolvimiento del capital (en la relación social capitalista), el trabajo adquiere significaciones y sentidos que exceden lo meramente reproductivo y material.

Por lo tanto, también resulta sugestivo el aporte de Pierre Bourdieu en lo que refiere, por un lado, a las socializaciones incluidas en el desempeño de los trabajos, y esa distancia entre expectativas y realidad que se pueden conjugar en su famosa noción de habitus. Es decir, las posibilidades y desarrollos de los trabajadores, que a veces se viven como “destino” y que sumerge sus raíces en esas estructuraciones familiares, sociales, educacionales que lo van inscribiendo en una realidad sociosimbólica compleja. En palabras de Chamorro Smircic (2020), refiriéndose a este aporte del pensador francés: “… destacan tensiones y crisis entre modos de socializarse, de vivir y de construir las imágenes de sí y parte de sus consecuencias”.

Desde Max Scheler (1938) que criticó las concepciones dualistas cartesianas para pensar el vínculo estrecho entre lo físico y lo psíquico en la idea sobre el hombre (y derivado de ello, la enfermedad y la salud), hasta los aportes establecidos por Laurell con su ejemplo específico de la masa laboral mexicana, este fue nuestro sendero escogido de autores para pensar estas complejas vinculaciones esbozadas aquí.

La conclusión provisoria, como se evidencia en estas líneas, es la certeza de la importancia de seguir elaborando y trazando el mapa conceptual que actualiza el vínculo entre salud, trabajo y enfermedad, y poner de relieve la limitación establecida por nociones modélicas esquemáticas que no contribuyen a integrar los factores en pensamientos complejos y de amplitud, sino que requieren de abordajes permanentes que actualicen nuestras miradas sobre los viejos-nuevos padeceres.

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[1] Lic. en Ciencias de la Comunicación (UBA). Maestrando en Humanidades y Ciencias Sociales (UNQ). Profesor de Comunicación en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de Historia Sociocultural del Arte en Arte en Movimiento (DAM) y Artes Multimediales (ATAM) de la Universidad Nacional del Arte (UNA). E-mail: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.

[2] La condensación conceptual girará en torno a aspectos generales de la salud y el trabajo, con el caso del burnout, sin abordar desempleo y precarización, por la limitación del espacio, aunque cabe mencionarlos como aspectos insoslayables de la contemporaneidad.

[3] The conceptual condensation will revolve around general aspects of health and work, with the case of burnout, without addressing unemployment and precariousness, due to the limitation of space, although it is worth mentioning them as unavoidable aspects of contemporaneity.

[4] La famosa cita con que Paul Lafargue comienza su libro, hoy se resignifica en una época de desempleo global. Si seguimos a Jameson (2013) que considera El Capital de Marx un libro sobre desempleo, entonces podemos atribuir un doble movimiento a la crisis social actual: al malestar en el trabajo, y el desesperado intento por trabajar. La paradoja es sólo aparente y se entiende por la consideración más “integral” del trabajo que tratamos de reconstruir aquí. Se puede ver un ejemplo de esto, en la nota de Página 12 respecto de la depresión y su relación con el trabajo: https://www.pagina12.com.ar/434855-los-trastornos-depresivos-podrian-disminuir-un-18-por-ciento#:~:text=sobre%20el%20burnout-,Los%20trastornos%20depresivos%20podr%C3%ADan%20disminuir%20un%2018%20por%20ciento%20si,se%20modifican%20h%C3%A1bitos%20y%20costumbres

[5] Similares nociones, referentes a la conflictiva relación entre lo antropológico y lo histórico respecto del trabajo se puede ver en Rieznik, P. (2005, p. 59-62); (2010, p. 23-24); (2015, p. 40-44).

[6] Además de valernos de las variadas definiciones de psico-somática del mencionado Chiozza (1963); (1987, p. 27); (2020, p. 157); no podemos dejar de mencionar la “unidad psicofísica” de Max Scheler (1938), la tríada de físico, psíquico y espiritual en Viktor Frankl (1984), o inclusive llegar hasta la integralidad unitaria del soma y el alma en Maimónides (2001, p. 205-207). Esta amplitud en la definición pretende compensar la carencia de exactitud, por el acercamiento más abierto y plástico para estudiar afecciones actuales vinculadas al malestar cultural.

[7] Rememora, también, las aportaciones del psiquiatra Arthur Kleinmann respecto de las dimensiones culturales de la enfermedad (1980 y 1988). Allí se ve, en la voz inglesa, la diferencia entre illness y disease, una, referida a la enfermedad integral y otra a la dolencia. Tal diferencia y su desarrollo supera el alcance de nuestras reflexiones.

[8] Una buena definición de corrosión del carácter, del ya clásico libro de Sennett, lo aporta la investigadora Helena Bejar (2000) en una reseña: “La negación de este, la reducción del tiempo –personal, social, laboral, etc.- al mero presente y la inestabilidad de la vida en todos los órdenes conllevan un carácter, o, mejor, una personalidad, vulnerable y predispuesta a la depresión”.

[9] Para globalización, por poner sólo dos ejemplos: Rodríguez Inciarte, M. (2005) y Gendler, M. (2016). Asimismo, para profundizar en las consecuencias generales del trabajo que supuso la globalización, ver Bilbao, A. (1999).

[10] En el sentido que Judith Rodríguez López (2005) otorga al término, fundamentalmente lo referido a entidades privadas, autogobernadas, que no necesariamente cuentan con status jurídico, sin fines de lucro y voluntarias.

[11] La denominada “especialización flexible” (Sennett, 1998) a veces encubre eufemísticamente relaciones contractuales basura (Rath, 2011).

[12] Ver Siqueira Bolaño, C. R. (2011).

[13] Se denomina genéricamente “crisis del petróleo de 1973” a la suba en el precio de esa materia prima en los países productores de petróleo (organizados bajo la sigla OPEP), que provocó un sisma mundial de características inéditas y que muchos consideran el comienzo de lo que se conoce como “globalización”. Ver nota 8. Es de destacar, sin embargo, que otros autores ubican esta fase de mundialización de bienes y servicios mucho antes, a la salida de la segunda guerra mundial. Ver Harvey, D. (1990).

[14] Ver Grundrisse, 2009, p. 238.

[15] Importante es aclarar que aquí se trata de la población económicamente activa de México, con sus edades y tareas distribuidas (ver, por ejemplo, página 15). Sus conclusiones, creemos, son interesantes para pensar en la salud en términos más generales y proyectar su metodología para futuros trabajos.

[16] Y vinculado con ello, la relación entre malestar psíquico-subjetivo y el trabajo. Ver https://www.clarin.com/rn/ideas/Deprimidos-globales_0_S1_emmriwXg.html La potencia -creemos- de la advertencia también se puede observar en que se trata de un informe de 2013, es decir, previo a la pandemia de 2020 generada por el COVID-19 que intensificó todos estos padecimientos.

[17] Médico, especialista en psiquiatría, psicología clínica y medicina de la personalidad. Entre otras tantas actividades, fue director de Salud Mental del Hospital Ameghino.

[18] Además del artículo de Página 12 anteriormente citado, podemos ver parte de esta problemática, también, en la encuesta reciente publicada aquí: https://www.cadena3.com/noticia/el-dato-confiable/7-de-cada-10-empleados-quieren-cambiar-de-trabajo_329973